El proyecto minero Breapampa se sitúa en el cerro Parccaorcco, distrito de Chumpi, Ayacucho. Proyecto pequeño, retomado el año 2010, que, con solo 140 mil onzas de oro en reservas y tres años vida, dejó una marcada huella en la formación técnica entre la población de dicha comunidad, principalmente en las mujeres. Fue un proyecto más social que minero, dándole prioridad a la capacitación de la gente local, dotando a la comunidad de servicios, como internet y agua principalmente, lo que fue una experiencia de fortalecimiento de competencias, para ambos géneros, como motor de desarrollo local a través de un proyecto minero, enfocados en reducir el estrés hídrico que la región presentaba. Ya en el año 2009, en otra región del país, había surgido un conflicto respecto al agua donde se desarrolló la expresión “primero el agua, la mina después”. Buscando ser consecuentes con esa expresión, levantamos una presa mucho antes que el inicio de las operaciones de minado, pues en el lugar había una precipitación anual muy baja, y se buscaba cosechar agua para atender a una comunidad de más de mil quinientas personas repartida en pequeños centros poblados en los alrededores del proyecto.
Relacionamiento con la población
Se realizó un trabajo fructífero en el relacionamiento con las comunidades, que inició con la formalización de los predios de los pobladores, para la obtención de los títulos correspondientes. Trabajo que se hizo más intenso durante el proceso de elaboración del estudio de impacto ambiental, focalizando el tema en la identificación de capacidades locales y la oportunidad de formación que se podía dar con tan bajo presupuesto – sinergia se diría ahora. Una sinergia con impacto social. Vimos la necesidad de formar gente en materia técnica relacionada a la minería y otros rubros, e invertimos en un centro de estudio de capacitación, con la cooperación del Centro Tecnológico Minero (Cetemin), cuya habilidad y flexibilidad para estructurar carreras de formación técnica “a la talla”, con certificación reconocida por el Ministerio de Educación, fue esencial en el proceso. Paralelamente se continuó con la mejora en otros aspectos para el desarrollo local, principalmente obras de infraestructura y riego, caminos y canales de regadío. Nos acompañamos con otras organizaciones para la mejora de los cultivos, por ejemplo, de las papas nativas, mejora del ganado; todas aquellas actividades que permitieran mejorar las condiciones económicas de la gente.
Población casi sin jóvenes
Cuando iniciamos a desarrollar el proyecto, el distrito de Chumpi tenía mil setecientos pobladores, con más de la mitad de población adulta y un tercio niños, sin mayor número de adultos en edad de trabajo, pues se habían ido a trabajar a la costa. De la población adulta, la mitad era bastante mayor y el resto mayormente mujeres. Había colegios pequeños, escuelas, donde implementamos un programa asociado a mejorar la salud de los niños con mejores prácticas de higiene. También pudimos capacitar a los padres de familia de las escuelas en el desarrollo de biohuertos, para que mejoren su alimentación, incluyendo su dieta, que incluyó también a las escuelas y colegios. Mientras, con Cetemin se desarrollaba un programa integral de formación técnica que consideraba las necesidades para la etapa preliminar a la actividad minería misma; tareas de construcción civil principalmente. Luego, durante la etapa de construcción del proyecto minero, se implementó un plan de selección de talento cuyo objetivo era identificar a los mejores colaboradores y llevarlos a la siguiente etapa de formación. Esta vez, con un nivel de formación más asociado a la mina, operadores de planta de procesos, personal de seguridad y salud ocupacional y topógrafos. En el 2010 identificamos una población de cerca de seiscientas personas que podrían trabajar con nosotros. Fomentamos el estudio libre, porque no todos quieren ser mineros, logrando la inscripción de trescientos sesenta personas para iniciar el programa, un tercio de lo componía mujeres, que no dudaron en tomar el reto. Ya en las aulas, se promovió la sensibilización de los alumnos con la cultura de seguridad y medio ambiente, para que en la fase de construcción del proyecto se puedan cuidar y cuidar su entorno, mientras aplicaban los conocimientos aprendidos en los talleres de formación técnica; principalmente operarios en construcción civil, montajistas, electricidad industrial.
No era posible formar operadores de equipo pesado
La mina duró tres años, y no era posible formar un operador para equipo pesado, cuya capacitación toma justamente tres años y que la población refería de otros proyectos mineros de más vida de operación. Por lo que el modelo de formación, que duraba cinco semanas, era contar con gente que el proyecto necesitaba para su construcción inicial. Después de la construcción, ya tendrían la oportunidad de formarse como operarios de mina en procesos metalúrgico, mantenimiento, monitores ambientales, seguridad y salud ocupacional y topógrafos. Con la primera intervención llegamos a formar unas trescientos sesenta personas, de las cuales pudimos pasar al segundo nivel de formación para la construcción a ciento veintiocho de ellas. Creamos una beca semanal con una propina suficiente para reemplazar el día que ellos dejaban de trabajar para atender las clases, logrando una continuidad de ciento veinte horas de clases. Hubo una importante oportunidad para la formación de mujeres. Se tuvo incluso a señores de edad avanzada en el primer nivel de formación. Por ejemplo, una persona de 65 años que dijo “yo puedo”, se inscribió y siguió avanzando. En total se dieron cerca de cuatrocientas horas promedio de clases de formación por persona en las dos etapas. Los llevábamos a trabajar en las mañanas y volvían en las tardes a estudiar. Se hizo un ciclo de mejora continua a nivel formativo, de las cuales 33 por ciento eran mujeres. De las más de trecientas personas que inicialmente participaron en la capacitación, las que no participaron directamente en la construcción, no fueron excluidas del proceso, fueron tomadas como personal de piso de las empresas contratistas que acompañaban la inversión.
Cuando se terminó la construcción y la fase de acondicionamiento, se ingresó al tercer módulo, el de operadores de mina, noventa personas fueron seleccionadas para participar en esta etapa. Así se mejoró la situación económica de un gran número de familias, donde muchos de sus miembros continuaron su formación, estando más capacitados y tienen una mejor oportunidad de desarrollo de vida. Ese fue el resultado de la sinergia social que un proyecto minero, bien llevado, puede crear, complementando con su actividad, la economía local para su bienestar y desarrollo.
Referencias:
El autor es ingeniero de minas, que actualmente lidera dos operaciones mineras en la Región Cajamarca, en el norte del Perú.
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