Veamos algunos ejemplos de algunos de los productos ofertados que dejan mucho que desear: Dentífricos llenos de aire, pinturas tóxicas, gaseosas no del todo llenas, gasolinas o petróleos contaminantes, aceites comestibles que mas bien son combustibles, papeles higiénicos con aros enormes recortados en una pulgada y reducidos en tensión de carga, panes con bromato, títulos académicos sin exigencias estrictas, medicinas obsoletas descartadas en el primer mundo, corredores de seguros que hacen honor a su nombre ante un siniestro, cebiche de corvina de perico, zapatos de “cuero aglomerado”, cámaras de video reconstruidas, ductos de gas de desecho, tarjetas prepago que vencen, intereses financieros leoninos, jubilados sin jubilación, leche fresca reconstruida, agua impotable, notarios no tan notables, abogados tinterillos, jueces sin juicio, “q´tips” puro palitos, cervezas foráneas envasadas en la capital y viceversa, cinta engomadas sin goma y “delgaditas”, diarios amarillos que trasforman noticias, encuestas manipuladas, noticieros sin noticias, entre otros casos de productos-no-éticos.
Y si estos casos suceden, a vista y paciencia de consumidores, legisladores y autoridades, dentro de la actividad “formal” no nos horroricemos con lo que pasa con aquellos productos “bamba” de algunos, por suerte no todos, productores informales. Es decir, todos nos roban un poquito de algo y viceversa. ¿O es que estamos jugando al gran bonetón del “¿Yo te engaño, tú me engañas”, sin ser conscientes?
En otras palabras, queda en cada uno de nosotros verificar si el producto ofrecido es o no ético. Y no es un asunto de legislación, supervisión, o control tipo policial. Es algo que debe nacer de cada uno de nosotros y no es una invocación al buen corazón de los “empresaurios” sino a su bolsillo. Porque un comportamiento ético sostenido, realmente creíble no sólo consigue nuevos clientes, sino que “fideliza” a los antiguos.
Un producto ético (aquel que realmente otorga el beneficio que ofrece al precio razonable) puede convertirse en un “producto de bandera” o “premium” que automáticamente, aún sin marketing pomposo y mas bien a través de “radio bemba”, sería altamente popular y de enorme demanda.
Tomemos el caso de los diesel ecológicos, que comercializa una conocida empresa en Perú a nivel nacional, que lo único que tienen de “maravillosos” es cumplir con las normas mínimas de contenido de azufre, para evitar la sobre polución del ambiente. Estos productos han generado una gran demanda “per se”, pese a su mayor precio, y lo curioso es que los mayores usuarios no son las clases de alto poder económico, sino los taxistas que han comprobado el rendimiento en la potencia y la limpieza de sus inyectores.
Preguntémonos ahora: De tener a nuestro alcance un producto “legal” con todas las características intactas contenidas en su oferta, versus otro “no tan ético” como los ya mencionados, ¿Cuál elegiría Usted? Si queremos obtener una ventaja competitiva perdurable, que mejore el valor de nuestras organizaciones pensemos en un liderazgo basado en valores con un comportamiento ético, traducido en el producto y asociado al beneficio de toda la comunidad vinculada de la empresa.
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