La ciencia y la tecnología se alzan frente al reto de una emergencia sanitaria sin parangón en la historia del mundo, una pandemia que en 9 meses ha contagiado a por lo menos 35 millones de personas y causado la muerte de más de un millón. En el Perú, nos acercamos rápidamente al millón de contagiados y--oficialmente—a los 32,500 fallecidos, aunque incluso las autoridades reconocen que un estimado más cercano a la realidad nos lleva a los más de 70 mil muertes por coronavirus.
En la primera línea de este enfrentamiento entre el COVID-19 y la ciencia y la tecnología están los más de 120 laboratorios en el mundo (incluido el laboratorio peruano Farvet en conjunto con la Universidad Peruana Cayetano Heredia, UPCH) que compiten denodadamente por producir la primera vacuna cien por ciento efectiva contra el coronavirus COVID-19.
Competencia multifacética, que involucra a encumbrados laboratorios “de marca” como Pfizer, Janssen Pharmaceutical, o Johnson & Johnson, y colaboraciones público-privadas como la que existe entre el Beijing Institute of Biological Products y Sinopharm, o la que asocia a la Universidad de Oxford con la multinacional AstraZeneca, todas ellas con sendas vacunas en Fase 3, es decir en la fase en la que se hacen pruebas clínicas a miles de voluntarios, y que, en la práctica, constituye la antesala para su distribución masiva, siempre y cuando sean efectivas y seguras.
¿El problema? Que la experiencia muestra que un 93 por ciento de las vacunas que llegan a la Fase 3 fracasan. Por ello, en lugar de simplemente encomendarnos a Todos los Santos, deberíamos aceptar que es posible que tengamos que convivir con el virus más allá de las optimistas predicciones de los políticos, ya sea que se llamen Mr. Donald Trump o sencillamente Sr. Vizcarra.
Y es en este punto que hacen su entrada triunfal los aerosoles anti-virus, las pinturas anti-virus, los plásticos anti-virus, los cascos detectores de fiebre, las mascarillas y guantes anti-virus, y todos los etcéteras que la imaginación e inventiva de decenas de empresas puedan desarrollar.
Productos como el SurfaceWise2, un aerosol electrostático que elimina la COVID-19 por hasta 7 días y que--con la aprobación de emergencia de la Agencia de Protección Ambiental de Estados Unido--se apresta a ir al rescate de las aerolíneas del mundo. O Sterilane, una hoja plástica fabricada por la empresa Smith Rosen que--combinada con una revolucionaria tecnología de luz UVC anti Covid19, se apresta a hacer su aparición triunfal en los supermercados norteamericanos este mes. Aunque no hay nada que indique que el coronavirus se transmite a través de los alimentos, si hay mucha evidencia de que el contagio se da a partir de la manipulación de los mismos.
Y ¿qué le parecen las mascarillas MOxATech, fabricada en Portugal, que inactiva el virus del COVID-19, según lo certifica el Instituto de Medicina molecular Joao Lobo Antunes de Lisboa? ¿O la pintura hecha a base de taninos hidrolizables y cobre que vienen desarrollando un equipo de investigadores de la Pontificia Universidad Católica del Perú y que se espera ayude a eliminar los contagios en el transporte público? ¿O los aditivos de alta tecnología desarrollados por empresas como la británica Symphony o la israelí Tosaf, que, al dotarles de propiedades antivirales, antimicrobiales, antibacteriales e, incluso—anti COVID-19, están convirtiendo a los plásticos, pinturas, lacas, tintas y ciertas fibras textiles en los materiales de rigor en la fabricación de todo tipo de producto médico y de protección al personal de salud?
Imagínense, poder contar con todo un arsenal de envases descartables, empaques, fajas transportadoras de alimentos, fundas, sabanas, zapatillas, lentes, asientos, paredes, paneles de protección para taxis, ómnibuses, tarjetas de crédito, útiles de oficina, electrodomésticos, etc., etc., etc., hechos con materiales que matan al virus. Esta es la mejor forma de empezar a convivir inteligentemente con COVID-19, en caso nuestras plegarias a favor de una cura milagrosa tomen demasiado tiempo en llegar a destino.
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