(Publicado previamente en el Diario Gestión)
Las crisis tienen el potencial de revelar lo mejor del ser humano—de allí los actos de heroísmo—y también lo peor del ser humano, como son el abuso, el aprovechamiento, la insensibilidad, el egoísmo, y hasta el mal uso de los fondos públicos justo cuando éstos son más necesarios y escasos. La pandemia del Covid-19 en el Perú ha tenido el mismo efecto. Ha revelado el heroísmo silencioso del personal de salud, el personal de limpieza, policías, militares, enfermeras y doctores. Y ha puesto en evidencia la corrupción abyecta de un gran número de funcionarios públicos que, de haber vivido en los tiempos del General Simón Bolívar, habrían sido sometidos a la pena capital sin mayores dudas ni murmuraciones.
Pero estos son tiempos rudos, y lo malversado en pandemia constituye un continuum de la historia de la corrupción en el Perú. La corrupción ha debilitado la capacidad de acción del Estado y el espacio fiscal necesario para hacer frente a la crisis. La creciente demanda por equipos medicos para proteger al personal de salud y medicinas para tratar a los pacientes del Covid-19 crearon oportunidades de corrupción, condicionadas y alentadas por un sistema de compras públicas gris y burocratico, que en muchos casos ha terminado en adquisiciones a precios escandalosos de cosas tan básicas como mascarillas, guantes, y demas elementos de protección personal, asi como equipos defectuosos y medicinas “truchas”.
Y ni que decir de procesos fallidos como la famosa adquisicion de un millón de tablets para que los niños de las escuelas públicas puedan acceder a un minimo de educación en línea. O la “repartición de canastas de ayuda a los sectores más vulnerables”, que terminaron “ayudando” a los familiares de los alcaldes encargados de repartirlas. O las “consultorías” y “charlas motivacionales”--con cancionero criollo incluido--brindadas al Estado peruano por un tal Richard Swing, cuyo único gran merito parece ser el haber sido un hombre de confianza del presidente Martin Vizcarra. Sumemosle a todo esto la gran corrupción de la gran obra pública y llegaremos a la conclusión de que la situación se ha vuelto sencillamente intolerable.
¿Cómo enfrentar la corrupción, grande y pequeña, en tiempos de pandemia? Para comenzar, con información más transparente y de libre disposicion en un ejercicio constante de “accountability”. Esto implica informar—en una plataforma amigable, diseñada ad hoc en fuentes de Datos Abiertos (“open data”)—acerca del uso que se está dando a los fondos destinados a enfrentar la emergencia, desde la compra de equipos medicos, pasando por los contratos de reconstrucción económica, adquisicion de vacunas, etc.
Segundo, haciendo uso de las técnicas del “Data Analytics”, cruzando la información generada en múltiples plataformas de compras electronicas, con el fin de detectar posibles irregularidades de manera proactiva y sistemática, en lugar de reaccionar de manera pasiva frente a casos aislados. La Contraloría general de la República haría bien en seguir el ejemplo de su par en Colombia y del uso que le dan a la plataforma de análisis OCEANO. Tercero, impulsando la prevención de la corrupción a partir de campañas masivas y permanentes de promoción de la integridad en el servicio público y de educación acerca del perjuicio causado por la corrupción.
Y, cuarto, impulsando con ahínco—en versión Siglo XXI—lo estipulado en el Articulo 3 del Decreto emitido por el General Bolívar el 12 de enero de 1824, en la ciudad de Lima: “Todo individuo puede acusar a los funcionarios públicos del delito de haber malversado o tomado para sí de los fondos públicos, de diez pesos arriba”. En su versión moderna, esto se conoce como la política del “whistleblowing”, es decir, aquella política de Estado que proporciona un fuerte empoderamiento legal y político al funcionario público o privado que, en conocimiento de un acto de corrupción pública, lo denuncia. Cuatro ideas para enfrentar la corrupción grande y pequeña.
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