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Carlos Anderson / Crónica de una Muerte Anunciada

“Crónica de una Muerte Anunciada” es una novela corta de Gabriel García Márquez, publicada en 1981. La novela se nutre del realismo mágico latinoamericano y del relato policial, para contar la muerte de Santiago Nasar a manos de los hermanos Vicario. La obra está inspirada en un crimen real que tuvo lugar en Colombia, pero que, gracias a la pluma mágica de Gabo, como se conoce al ganador del Premio Nobel de Literatura 1982, el crimen se transforma en un thriller, en el cual el desenlace es conocido desde el comienzo de la novela por todos los personajes—incluido el propio lector—menos por la víctima, Santiago Nasar.

Traigo a colación esta magnífica novela corta de Gabriel García Márquez porque pareciera prefigurar la muerte del sistema democrático peruano a manos del regicida Aníbal Torres, mediante una írrita “negación fáctica” de la cuestión de confianza que presentará en un segundo intento la semana pasada.


¡Qué importa que, por ley del Congreso, ratificada por el Tribunal Constitucional, la negación fáctica sea imposible e ilegal! ¡Qué importa que la razón esgrimida—la supuesta negación del derecho al referéndum, también por ley del Congreso ratificada por el Tribunal Constitucional—sea una mentira más grande que el universo! Para el presidente Castillo, para Aníbal Torres y con seguridad para su versión joven y femenina—la tres veces coronada ministra Betsy Chávez, nada de ello importa. Esas son—como diría el operador del presidente Castillo en el Congreso, el congresista Guillermo Bermejo—meras “pelotudeces democráticas”.

La novela que rauda y des prolija mente se viene escribiendo, “La Muerte Anunciada de la Democracia Peruana”, trata de la historia de un asesinato “de a pocos”, anunciada en el Ideario de Perú Libre que, inexplicablemente, el Jurado Nacional de Elecciones (JNE) aceptó como Plan de Gobierno, a pesar de no conformar con ninguno de los estrictos criterios señalados por el propio JNE. Allí se leía con claridad el propósito de Peru Libre de refundar la República mediante una Asamblea Constituyente, figura que no existe en la Constitución del 93 y que se ha convertido--desde entonces—en la razón y motivo de la izquierda pro-castillista.


El crimen comienza a materializarse a medida que el presidente Castillo pone en marcha su estrategia de destrucción de la institucionalidad democrática, con nombramientos absolutamente inverosímiles, con una marcada preferencia por prontuarios en vez de curriculum vitae. Nombramientos que desencadenan la casi interminable seguidilla de interpelaciones, renuncias, cambios de gabinete y (pocas) censuras ministeriales que nos han traído a este punto crucial en la historia, punto que puede convertirse en punto muerto o punto de inflexión y cambio, dependiendo de la sagacidad con la que se conduzca la oposición.

El este sentido, el sábado pasado, el Congreso dio un gran paso: aprobó por una inmensa mayoría (98) que la Junta Directiva del Congreso interponga ante el Tribunal Constitucional (TC) una demanda competencial y una medida cautelar. La demanda competencial para dilucidar el absurdo planteado por el Ejecutivo al considerar que el rechazo de plano a la cuestión de confianza presentado por el ahora ex premier Aníbal Torres, constituye una Negación Fáctica de la cuestión de confianza, cuando la Negación a su vez ha sido explícitamente regulada por ley del Congreso refrendada por el TC. La inquina contra el Congreso que tal despropósito implica hace necesario contar con algún nivel de protección: ergo, la medida cautelar.


Ha quedado más que claro que este gobierno carece de impulsos democráticos y que el ejercicio desordenado y corrupto del poder los ha llevado a la conclusión de que—o cierran el Congreso de la República, independientemente de sutilezas legales o constitucionales—o muchos de ellos terminarán en la cárcel. De allí que el peligro anti democrático sea real e inminente.


En realidad, en estos momentos se trata de matar o morir, tanto desde la perspectiva del Ejecutivo como desde la perspectiva del Congreso de la República.


Al principio de esta columna señalé que se viene escribiendo apuradamente “La Muerte Anunciada de la Democracia Peruana”. En estos momentos todo nos lleva a pensar que ya la democracia ha muerto solo que todavía no nos damos cuenta y deambulamos como deambulaba Santiago Nasar, sin saber que en la práctica era hombre muerto. Pero apunto una esperanza: Que, siguiendo el ejemplo de Miguel Grau, en un acto de valentía, se presente hoy mismo la moción de vacancia por incapacidad moral permanente del presidente Castillo y en un giro sorpresivo—como en los cuentos de Jorge Luis Borges—la víctima se adelante y aniquile a su victimario, y salve, de esta manera, la democracia. Como cuento, sería superior a la “Crónica de una Muerte Anunciada”. Y como realidad, la democracia—con todos sus defectos—será siempre preferible a cualquier autocracia o dictadura


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