La llamada “crisis política” actual que se inició, inmediatamente después de acabadas las reñidas elecciones de 2016, puede llevarnos a concluir erróneamente que el campo de la política es tierra de nadie y que, cuanto más nos desentendamos y más lejos estemos de ella, mucho mejor. Esta actitud sería como tirar la toalla, o envejecer de pronto, por falta de energía e ideales para ayudar a construir una mejor Patria, un mejor mundo.
No olvidemos que el Proyecto Europeo, la Unión Europea como ahora la conocemos, es fruto de la experiencia dolorosa de la “II Guerra Mundial” y de unos líderes que actuaron con grandeza para superar los fracasos y los momentos más oscuros de su historia, como el alemán Konrad Adenawer, el inglés Winston Churchill, el francés Jean Monnet, el italiano Alcidi de Gaspariy, en proceso de beatificación y Robert Schumann, este último franco alemán, en proceso de canonización, entre otros.
En estas circunstancias, cuando el Perú necesita remontar social, política y económicamente, no se puede hundir la cabeza como el avestruz, ni seguir con la mala costumbre de la crítica sin conocimiento, o con la peor costumbre de echar siempre la culpa a los “otros” de lo que está sucediéndonos. Este es el momento en que las personas más calificadas y de valores ingresen a la política, porque será la única manera en que la situación cambie.
Las nuevas generaciones no pueden ser indiferentes, a ellas corresponde prepararse para liderar los asuntos que se refieren a un Estado democrático. Conocer el país y sus potencialidades; conocer la historia, no sólo para enorgullecerse, sino para no cometer los mismos errores; conocer la cultura de un Perú rico y múltiple; ahondar en la inteligencia como en el alma y el corazón de las personas.
Pero, sobre todo, estas nuevas generaciones deben saber que, sin líderes éticos, la política se convierte en el ejercicio más sucio y despótico del poder por el poder; sin el menor sentido de la decencia, el servicio y el bien común. No es culpa de la política, esta crisis por la que estamos pasando, sino de las acciones erróneas y la conducta mentirosa de los actuales personajes que ostentan el poder.
El Presidente ha cometido errores y los ha reconocido, pero prefiere quedarse y seguir gobernando, aunque sea como “pato rengo” -en el argot de la política norteamericana- no solo porque le queda poco tiempo en el poder, sino porque ha perdido la confianza de todo ciudadano honesto y con sentido común que, si creía que el Congreso le debía perdonar la “vida”, era por la supuesta conveniencia de un país que se debate en medio de una crisis sanitaria y económica.
El Congreso, durante el juicio político al Presidente, se ha comportado de manera esquizofrénica, en la medida que ha tenido un discurso que de ninguna manera se ha correspondido con el voto, salvo excepciones honrosas. ¿Por qué? ¿Estará la respuesta en la intervención de uno de sus congresistas cuando afirmó que “ya los votos se habían negociado a cambio de obras”?
Pero nada de lo vivido durante estos años de “crisis política” nos puede desanimar. Es necesario seguir insistiendo en que merece la pena apostar por líderes políticos con ética, las nuevas generaciones están para seguir el ejemplo de estos padres de la Unión Europea, a quienes hemos recordado. Las mujeres y hombres actuales, al fin y al cabo, son de grandes retos.
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