Es indudable que la vida de la mujer -desde la década de los años 60, del siglo XX- ha cambiado de manera continua y acelerada, principalmente, porque casi todas se preparan para desempeñar, con competencia, una profesión en cualquiera de las actividades económicas, políticas, académicas o sociales, y porque han perdido el miedo a desempeñar un liderazgo público de primer nivel, conjugándolo con la vida familiar.
Sin embargo, la agenda pública diseñada por los organismos dedicados a la problemática de la mujer está divorciada de sus verdaderos intereses, por eso, han levantado banderas equivocadas que van desde la defensa de una mal entendida “igualdad”, hasta el deseo explícito de “tutelar” sus derechos, como si las mujeres fuéramos una “especie inferior” que necesitan hasta de un ministerio, para desempeñarnos como tales, en el mundo de hoy.
En cambio, si es necesaria la lucha para que disminuya, exponencialmente, la “violencia contra la mujer” en cualquiera de sus formas, tanto como contra cualquier otro miembro de la familia, como es el caso de los ancianos o, incluso, de las colaboradoras domésticas, que también son afectadas. Un drama que persiste en nuestro país porque la educación en la casa y el colegio está fracasando en la formación de las personas para una convivencia pacífica y respetuosa entre todos.
Las mujeres no somos “iguales” a los varones, valemos igual como seres humanos, pero varones y mujeres somos distintos y complementarios. Mientras las agendas feministas no lo entiendan, lo que harán es gastar sus millonarios presupuestos para “empoderar” a la mujer, haciéndonos competir absurdamente con el varón, cuando de lo que se trata es de aprender a convivir, ambos, de manera solidaria en la familia y en la vida pública.
El mundo de la economía ha abierto sus puertas a las mujeres, como colaboradoras y altas ejecutivas; pero cuando se trata de facilitarles la vida y comprender que su productividad y aporte genuino, está sobre todo en desarrollar su feminidad, se equivocan con demasiada frecuencia, porque parten de la hipótesis de la “igualdad”.
¿Cuántas empresas tienen horarios flexibles para las mujeres que, mayormente, cuidan a sus hijos o a sus padres? ¿Cuántas tienen días de descanso por menstruación? ¿Cuántas tienen guarderías y lactarios? Sin embargo, a igual trabajo, con el varón, tienden a ofrecerles una menor remuneración.
La mujer peruana es luchadora y emprendedora, a todo nivel, sobre todo, porque tiene una importante motivación que es la educación de sus hijos y la solidaridad con los vecinos que menos tienen, así surgieron los Comedores Populares y las Ollitas Comunes que no fueron iniciativa estatal; pero que ya es hora de que el gobierno central y los subnacionales las subsidien.
En cuanto, al mundo de la política, se cree que se ha cumplido con la mujer, dictando normas electorales, como las “cuotas” femeninas en las listas de candidaturas políticas; es decir, quitándoles la libertad de participar “voluntariamente” en estas contiendas. Hay mujeres que tienen vocación para dedicarse a este servicio público y otras, no. Las imposiciones no favorecen a nadie. Más bien, es necesario emprender una cruzada de educación cívica para quienes deseen pertenecer a un partido político y hacer una carrera ahí.
Cercana la fecha en que se conmemora el Día Internacional de la Mujer, saludamos a la mujer peruana y, especialmente, a las médicas, enfermeras y personal sanitario femenino que, desde hace dos años, enfrentan con profesionalismo, desprendimiento y entrega la pandemia del coronavirus, muchas de ellas hasta entregando su vida.
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