Libertad e igualdad en el siglo XXI
Desde épocas inmemorables la humanidad se ha dividido entre quienes han perseguido una utopía libertaria y quienes han pretendido una utopía igualitaria. Sin embargo, en nombre de “la libertad” se han instaurado regímenes mercantilistas autoritarios y sistemas económicos depredadores del ambiente, mientras que en nombre de “la igualdad” han primado regímenes que han empobrecido a las grandes mayorías y enriquecido a una casta burocrática.
Ni por un lado ni por el otro ha germinado más libertad ni más igualdad, sino todo lo contrario. El error radica en haber tomado la libertad y la igualdad como si fueran valores concebibles uno separado del otro, convirtiéndolos en banderas absolutas contrapuestas.
De un lado, el liberalismo a ultranza o neoliberalismo, que proclama la supremacía de la libertad y que considera la desigualdad como una resultante moralmente aceptable, inevitable y justificable, favorece la captura del Estado por parte de grandes grupos de poder y tiende a excluir a las grandes mayorías del ejercicio de las libertades más elementales: libertad de tener salud y educación de calidad, de tener un empleo digno, etc.
En sociedades no igualitarias, donde tanto el capital físico como el capital humano están concentrados en pocas manos, los sistemas políticos sustentados en un concepto de la libertad como paradigma absoluto, conducen inexorablemente a la profundización de la inequidad. En dichas sociedades el monopolio del poder económico y político extiende la libertad de unos pocos a costa de la libertad de las mayorías, que se ven privadas del ejercicio de las libertades más elementales. El poder es así la capacidad de actuar sin limitaciones de parte de los demás; es la libertad manifiesta por sí misma, en detrimento de las libertades de los demás.
Mientras del otro lado, los regímenes marxistas-leninistas que proclaman la supremacía de la igualdad, no sólo aceptan como legítima la supresión de las libertades individuales y la restricción de los derechos humanos, sino que han demostrado ser profundamente plutocráticos, clasistas, sectarios, corruptos e infraternos con quienes ejercen la libertad de pensamiento; la primera de todas las libertades imaginables.
La revolución rusa encarnó la posibilidad de hacer realidad la utopía igualitaria a través de un sistema comunista sustentado en la dictadura de un partido de inspiración marxista-leninista que monopolizaba el poder político. Este sistema fue replicado luego en los países de Europa del Este, China, Camboya, Corea del Norte, Vietnam, Laos, Cuba y Venezuela. Sin embargo, todos ellos colapsaron por su fracaso en generar mayor bienestar e igualdad. Dieron entonces nacimiento a democracias liberales (Europa del Este) o se transformaron en regímenes burocráticos autoritarios, practicantes de un capitalismo de estado de carácter mercantilista y populista (China, Cuba, Corea del Norte, Venezuela, etc.).
En una verdadera democracia liberal toda persona debe tener amplia libertad para actuar de cualquier manera que no perjudique a los demás, y siempre que su acción sea consistente con la oportunidad equivalente de los demás para hacer lo mismo. La libertad, por tanto, intrínsecamente contiene una noción de igualdad. Y viceversa, la igualdad contiene una noción de libertad, en cuanto constituye una aspiración teniendo como punto de partida a personas que no son uniformes ni tienen porqué serlo, teniendo distintas motivaciones, preferencias, habilidades, etc., que el sistema político no sólo debe respetar sino promover brindando un marco de oportunidades para el desarrollo y realización de la persona humana como ser social.
La igualdad de oportunidades es lo que da sustento a la acción individual libre, siendo el nexo entre libertad e igualdad. Sin embargo, no existe ningún mecanismo automático que permita alcanzar esa igualdad de oportunidades. El mercado es definitivamente un mecanismo poderoso para impulsar el crecimiento y la productividad, pero su poder difusor del bienestar en todos los confines de la sociedad está subordinado a la pre existencia de un sustento institucional que garantice una amplia oferta de igualdad de oportunidades, que sólo puede surgir como producto del consenso.
Para los liberales a ultranza la libertad concebida como proyección de la acción individual hacia los demás es antitética a la intervención del Estado. No pueden entender que la consecución del más amplio abanico de libertades para las grandes mayorías sea imposible sin dicha intervención. Tampoco pueden entender que sólo a través de un consenso y un poder público depositario de él se puede lograr un ejercicio igualitario de las libertades económicas, sociales y políticas.
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