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Foto del escritorAnálisis Efectivo

Juan Escobar / Ganadería Altoandina (1 de 2)

Reto para nuestras poblaciones y ganadería altoandina


En base a algunos recuerdos:

En la década del 80, el Ing. Enrique Moya, ex jefe de CONACs y exrector mío, me invitó a integrarme al Proyecto Alpacas / INIA COTESU, proyecto cuya naturaleza era validar propuestas productivas y comerciales, y que se desenvolvía en la parte sur de Puno (Ilave), esfuerzo cofinanciado por la Cooperación Técnica Suiza.


El proyecto se relacionaba en esas líneas con DESCO-Arequipa, CCAIJO - Cusco y el propio INIA (Quinsachata); posteriormente, a través del FIDA se articuló con proyectos en Bolivia (llamas), Chile (carne de alpaca) y en Argentina para abordar la línea vicuñas (en estado de semi cautiverio).


Qué espacios, qué aprendizajes, qué desafíos, qué amigos tan entregados y capaces tuve la suerte de conocer. En mi ignorancia, en esa época, yo pensaba que el ganado vacuno tomaba agua todo el día en el lago Titicaca, figura que veía pasando con la camioneta de ida y vuelta, no sabía que bajo el nivel de agua había totora y esa especie era parte del alimento del ganado vacuno. A manera de justificación, explico que soy economista y mi tesis fue sobre la deuda externa.


Hace pocos días falleció Anastasio Llanos, de INIA Puno, gran amigo y profesional que me aclaró del tema en esa época, y me explicó muchos otros en un largo viaje ferroviario camino a un evento en Argentina- Jujuy, donde debuté exponiendo en temas de organización y gestión empresarial, dado el encargo que tenía de validar propuestas comerciales de fibra de la alpaca en el Perú (audacia de mi parte).


Se trabajaba en comunidades campesinas de Santa Rosa, Mazocruz, Pizacoma, sitios donde la temperatura promediaba los 28 grados bajo cero en los meses de junio / julio. En las madrugadas el gran Teo Huanca, también hoy finado, salía con su botiquín para atender a los animales en las cabañas. Era retribuido con un ligero matecito y cachanga por los siempre agradecidos pastores; ellos no volverían a comer hasta la noche una sopita básicamente con papas e intestinos de camélidos.


Según los trabajos de Marco Sotomayor y Sabino Quispe, investigadores, el pequeño criador de alpacas de Puno, tenía a su cargo, en esa época, un promedio de 60 animales. Su ingreso, en esta crianza provenía 50% de carne y su equivalente por venta de fibra de alpaca. La situación socioeconómicamente no ha cambiado en casi 40 años, según he podido leer últimamente. La absoluta mayoría de los pequeños ganaderos se encuentran en condición de pobreza, sino en pobreza extrema.


Como también advertía por esos años el Ing. Walter Aguirre, gran proyectista y formulador del primer Plan de Desarrollo Regional de camélidos; sobre los 4000 m.s.n.m. la crianza de camélidos sudamericanos era casi la única opción agraria que se tenía a esa altitud. Sin embargo; la variable de sostenibilidad más delicada ha sido y es para los camélidos, la alimentación.


En las épocas de lluvia, los pastos no abastecen lo suficiente y en época de estiaje, la situación se pone dramática para su sobrevivencia. Un hato ganadero de este promedio solo permite un ingreso bruto promedio anual de S/2,787.50; S/232.00 mensual y S/7.70 diarios para la familia, que descontado sus costos explica la situación social en la que se encuentran. Entendiendo también que el hato alpaquero se complementa a nivel mínimo con ovejas, cerdos y eventualmente unos vacunos.



Obviamente que una familia no puede vivir con esos ingresos y es por ello por lo que la migración y el comercio es parte de su estrategia para subsistir siempre bajo las difíciles condiciones.


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