Con derecho a ofender
“Si alguien me dice que he herido sus sentimientos, yo le digo: Todavía estoy esperando que me digas cuál es tu argumento”- Christopher Hitchens
Friedrich Hayek nos advierte que “si deseamos preservar una sociedad libre, es esencial reconocer que el atractivo de un objeto (o una meta) particular no es justificación suficiente para el uso de la coerción”. En nuestro último artículo (Las Consecuencias de la Moratoria de los Transgénicos) hicimos un breve resumen sobre cómo se logró la moratoria de los transgénicos en nuestro país. Concluimos que al promulgarse la Ley de la Moratoria se consagraba el asalto de las ONGs ambientalistas al estado peruano para usufructuar su poder de coerción “y convertirlo en instrumento directo de sus propuestas e ideas equivocadas, de sus odios y sus temores”. Hayek continúa con la idea y añade: “la coerción es perversa precisamente porque elimina al individuo como persona que piensa y valora y lo convierte en un simple instrumento en el logro de los fines de otro”. En nuestro caso, con la moratoria la coerción de las ONGs recayó, a través del estado peruano, sobre nuestros agricultores quienes hoy ya no son libres de innovar sembrando las nuevas variedades biotecnológicas disponibles a los agricultores de otras latitudes. Algunos no familiares con este tema se preguntarán entonces cuáles son los verdaderos fines de las ONG ambientalistas en su ataque a los OGMs. En las siguientes líneas trataremos de dar algunas respuestas a esta legítima interrogante.
Antes de comenzar debemos advertir que no es casualidad que entre los principales activistas en contra de los OGMs y por extensión de la biotecnología agrícola se encuentran los lobistas de las industrias de la agricultura orgánica y de los “productos naturales”. Estas dos industrias mueven globalmente decenas de miles de millones de dólares. En 2016, Jay Byrne, CEO de la agencia de mercadeo v-Fluence Interactive, hizo un cálculo basado en documentos públicos de cuánto gastaban las organizaciones dedicadas a combatir a los OGMs y concluyó que solo en el 2011 los “gastos” de la campaña anti OGM en Estados Unidos llegaban a $2,500 millones y que a nivel global esta cantidad sumaría probablemente unos $10,000 millones. Ante esas cifras tan elevadas la pregunta obvia es ¿cuánto costó el lobby de la primera moratoria de transgénicos en el Perú aprobada en el 2011?. Muchos quizás no sepan o no recuerden que en esa campaña las ONGs ambientalistas realizaron mesas redondas y organizaron seminarios en contra de los transgénicos en cada una de las 196 provincias del país y que el “invitado de honor” en cada una de esas actividades fue un “experto” brasileño cuyo nombre se pierde en la memoria. Todavía se recuerda la calidad de los materiales de lectura y trípticos que se distribuían en esas actividades. Los acabados, la calidad del papel, y el diseño avant-garde de los mismos harían palidecer de envidia a las empresas más grandes e importantes del país. Asimismo, visitaron y conversaron con cada uno de los 120 congresistas y sus asesores de la primera legislatura del 2011. Sería muy interesante si algún jóven investigador realizara un estimado semejante de quiénes, y con cuánto, financiaron esa “épica” cruzada en contra de la mejor tecnología agrícola de los últimos 50 años.
Una de las campañas globales más agresivas de las ONGs ambientalistas internacionales en contra de los OGMs fue la que buscaba el etiquetado obligatorio e impuesto desde el estado de productos con ingredientes de cultivos transgénicos. No es necesario decir que el etiquetado obliga a todas las empresas a mantener un control estricto del origen y las cantidades de cada uno de los ingredientes (con el consiguiente incremento en el costo de producción) para evitar errores en el etiquetado de los productos. Cualquier error de parte de las empresas en el cálculo de los porcentajes de ingredientes, transgénicos o no, en el producto final sería una excelente excusa para una millonaria demanda ante los tribunales por parte de las ONGs depredadoras. Pero el pez muere por la boca. Las declaraciones a la prensa de algunos de sus principales voceros a finales de la primera década de este siglo revelaron la verdadera razón para impulsar el etiquetado. Andrew Kimbrell, director del Centro para la Seguridad de los Alimentos, un grupo lobista pro-orgánico en los Estados Unidos, dijo: “vamos a obligarlos a etiquetar los alimentos. Si lo logramos, entonces podemos hacer campaña para que los consumidores no los compren”. Por su parte, Ronnie Cummins, director de la Asociación de Consumidores Orgánicos y un activista profesional, escribió en una carta abierta en California que una propuesta sometida a consideración en una elección que exigía etiquetas en los alimentos con ingredientes transgénicos era parte de un plan para “mover los productos orgánicos de un nicho de mercado de 4,2 % a convertirse en la fuerza dominante en la alimentación y la agricultura estadounidenses” y “expulsar a los alimentos OGMs de los estantes de los supermercados”. Cummins ensayó además una predicción fallida al afirmar que si se aprobaba la iniciativa, “estaremos en camino de eliminar para siempre los alimentos contaminados con transgénicos de la oferta de alimentos de nuestra nación”. La propuesta fue rechazada en las ánforas. Como se puede apreciar no se trató nunca del derecho del consumidor a elegir, en realidad, se trató de quitarle alternativas a los consumidores (y agricultores) en aras de consolidar una ideología orgánica radical y purista. Por ahora ya todo debe estar claro para usted estimado lector. El activismo en contra de los OGMs tiene como origen principal: promover la agricultura orgánica, la agricultura biodinámica o alguna otra variante alejadas de la agricultura convencional o la agricultura basada en evidencias. Los fondos proporcionados por las industrias de la agricultura orgánica y de los productos naturales son instrumentales a las ONG ambientalistas anti OGMs para difundir sus “particulares” ideas acerca de los supuestos efectos dañinos, tales como obesidad y cáncer, causados por el consumo de alimentos con ingredientes transgénicos vis-à-vis los efectos saludables de los alimentos orgánicos.
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