Al cierre de este artículo de opinión y a más de dos semanas de la segunda vuelta aún no tenemos un Presidente electo al cual recordarle sus promesas de gobierno especialmente en el sector agricultura. En Estados Unidos se acostumbra recordarles a los candidatos ganadores que deberán poner su dinero donde está su boca (put your money where your mouth is) como una forma de demostrar, con sus acciones y no solo con sus palabras, que apoya o cree en lo que prometió. Pues bien hagamos un ejercicio virtual de lo que significaría eso en nuestro país a partir del próximo 28 de julio.
Nuestro país necesitará aumentar de manera considerable la productividad agrícola si desea alimentar a los más de 40 millones de peruanos que habitarán nuestro territorio en el 2050 (asumiendo las mismas tasas de natalidad actuales y no nuevas olas migratorias).
Son varios los factores que pondrán presión a nuestra producción de alimentos: el calentamiento global, la aparición de nuevas plagas y enfermedades, la pérdida de frontera agrícola por la creciente urbanización, el aumento del poder adquisitivo del peruano promedio, etc. Un ejemplo de esto último es el aumento en el consumo de pollo per cápita desde 1990 (11.3 kg) al 2018 (50.4 kg) reflejo de una recuperación del consumo.
Un ejemplo de nuevas plagas es la amenaza constante de la llegada al Perú de la polilla guatemalteca de la papa (Tecia solanivora Povolny), de la raza 4 tropical del Fusarium oxysporum f.sp. cubense que podría devastar la producción nacional de banano y plátano que se extiende en aproximadamente 170,000 hás o del “greening” de los cítricos, Huanglongbing (HLB), entre otras. Por ahora el eficiente trabajo fitosanitario de SENASA ha evitado la llegada de estas y otras plagas, pero nada nos asegura que en algún momento terminen irremediablemente en nuestros campos de cultivo.
Para enfrentar estas y otras amenazas la investigación científica en el sector agrícola desempeña un rol fundamental para el desarrollo de nuevas variedades, de nuevas tecnologías para el manejo de plagas, y en general, para aumentar la productividad agrícola. Es muy difícil de olvidar que la mayor parte del aumento del 80% en la producción de alimentos desde 1960 se debe a la investigación agrícola.
Existe el consenso que las nuevas tecnologías desarrolladas sobre la base de la investigación científica son esenciales para elevar la productividad en el campo, pero sin dejar de mantener e incluso mejorar la sostenibilidad de los recursos naturales y del medio ambiente. Tarea nada fácil pero irrenunciable e inevitable en estos tiempos de cambios en los valores y prioridades de las masas citadinas.
Igualmente, la mejora de la calidad de los productos agroalimentarios marca la pauta de muchas de las investigaciones realizadas en la actualidad, dirigidas a la producción de alimentos más saludables para una población cada vez más afluente y preocupada por su salud.
En los países desarrollados del hemisferio norte estos beneficios derivados de la investigación agrícola parecen estar teniendo un efecto positivo en las instituciones, cada vez más predispuestas a aumentar sus inversiones y a promover más incentivos a la I+D+i. Un ejemplo de ello es la explosión de Startups en USA donde solo en 2020 se invirtieron $5,150 millones de dólares de capital de riesgo en 420 Startups del sector AgTech.
Comments