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Manuel Bernales / Urgen decisivas acciones estratégicas (1 de 2)


Trabajemos como ciudadanos, no como súbditos de ningún poder. Al entrar a una nueva fase legal de gestión contra la pandemia en el Perú, se ha fallado al usar la imagen. Y peor aún con el símil de la guerra, porque la realidad no cabía en una hipótesis de guerra externa ni contra una subversión terrorista. Guerra hay cuando se produce un choque violento, armado, de actores con intereses, objetivos y voluntades en conflicto y que actúan también en dominios no militares. La publicitada apelación a la guerra se comprende cuando hay que desarrollar una voluntad general contra algo o alguien, y hay evidencia de que existe una hegemonía cívica nacional y popular. Usualmente sirve para “vigilar y castigar”, y para aplicar la coerción.


Es indiscutible que en nuestra sociedad y Estado se cumple con normas sanitarias para evitar enfermar y morir únicamente mediante persuasión, educación e información. Hay personas y grupos que sin el imperativo de sobrevivencia o clara urgencia, violan normas perfectibles, afectando gravemente el la salud y la vida de los demás y además hay antisociales.


Hay responsabilidad inocultable tanto al violar reglas de conducta en tiempos de desastre por quienes pueden cumplirlas, como en dar normas defectivas, inaplicables que causan angustia, dolor y daño, en quienes tienen que ser asistidos por el Estado o por la solidaridad social efectiva. Lo peor es que funcionarios estatales y “empresarios” de abajo hacia arriba y viceversa sigan delinquiendo, porque la corrupción y su otra cara, la impunidad, es el peor mal endémico que tenemos.


Prolongar la cuarentena ahorraría vidas si no hubiera peruanos, millones, que no resisten más: la sartén o el fuego. Un amigo refería que "sumando peruanos, más miles de venezolanos, con tres o más personas por habitación, 80% con piso de tierra y 90% sin refrigerador, tendríamos 900,000 hogares más, más de cuatro millones de personas pobres y muy pobres, y otros 10 millones están precarizándose”, en un Perú con más de US$ 60,000 millones de dólares en reservas en el Banco Central. Esos compatriotas hicieron un esfuerzo enorme para guardar la cuarentena pero ya no dan más. No olvidamos los universos provincianos urbanos y rurales. Ergo, ¿es ético y moral culpabilizar a todos estos peruanos por la extensión del mal e incertidumbre sanitaria y económica, mientras hay falencias del sistema de autoridad, viejos y nuevos grupos de privilegio y de poder, así como corruptos e impunes enquistados?


Quitémonos las vendas guerreristas. Pongámonos las de seguridad y desarrollo humano en democracia, aunque suene a lirismo en este período de supremacía con harto dinero fruto de nuestros impuestos y de lo que no se invierte o gasta por inefectividad en las gestiones. Lo central es cómo nos comportamos, tanto los funcionarios del Estado, como los ciudadanos y todos quienes viven en el Perú, desde nuestras zonas de residencia y trabajo.


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