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Martín González / El populismo es un asunto de corazón más que de cabeza


El líder populista, de izquierda o derecha, encarna al pueblo, que es el grupo de la población que está con él. “Yo no soy un individuo, soy un pueblo”, dice uno de esos líderes. “Yo no me pertenezco, yo soy de ustedes”, dice otro. En campaña permanente y en busca de apoyo, reparte beneficios directamente, promete lo que los ciudadanos esperan y profetiza cambios profundos. Usa, asimismo, un lenguaje llano y asume comportamientos simples para parecerse al común de la gente. El populista también divide continuamente, enalteciendo los supuestos valores intrínsecos del pueblo, y descalificando los valores y comportamientos de las élites.


Vivimos una crisis de confianza en la ciencia y una época de menosprecio por los hechos comprobables. Las opiniones de los líderes políticos, las figuras públicas y los influencers pesan más que los juicios de los técnicos y los expertos. Esta crisis es producto, en parte, de lo que Mario Vargas Llosa llama “la cultura del espectáculo”, una cultura que privilegia la diversión y lo ligero, banaliza la sabiduría y busca la evasión fácil. Pero también es resultado del auge reciente del populismo, un fenómeno político que se caracteriza por separar a la sociedad en dos bandos: el “pueblo bueno” y la “élite corrupta”. El pueblo incluye sobre todo a los sectores marginados. La élite son los liberales cosmopolitas, los tecnócratas y el establishment político.


Un rasgo del populista, particularmente relevante para los propósitos de este artículo, es que desconfía de la ciencia y los científicos, a los que considera parte de la élite. “No van al campo, no conocen la realidad, viven en las nubes”, sentencia con autoridad uno de ellos. Una de las razones de tal desconfianza es que estos líderes recelan del pensamiento crítico, que es propio de la actividad científica, y que se define como el uso del conocimiento y la inteligencia para alcanzar la postura más razonable sobre algún tema. El populista, en cambio, usa el pensamiento elemental y mágico, que lo acerca a sus bases, y es un fanático de la intuición y las emociones. “El populismo es un asunto de corazón más que de cabeza”, decía Juan Domingo Perón, uno de los populistas clásicos.


El ataque de los populistas a los postulados científicos tiene propósitos puntuales, pero también un objetivo ulterior: vulnerar la credibilidad de la comunidad científica para así no verse obligados a generar, en ningún tema, un relato alternativo producto del razonamiento lógico y basado en hechos verificables. Bastará entonces con una simple opinión expresada en un evento masivo y respaldada entusiastamente por cientos de seguidores para aprobar decisiones y generar consensos.


La conclusión que puede desprenderse de este breve recuento es clara: La desconfianza en la ciencia es uno de los peores enemigos que podemos tener en el momento actual. Otra conclusión es que no se puede dar rienda suelta a un discurso anticientífico, tan propio de los gobiernos populistas, sin pagar un alto precio.



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