El Cáncer en el Perú, y su impostergable reorientación estratégica
Al final del 2022, se habrán diagnosticado 75 mil nuevos casos de cáncer y 35 mil compatriotas habrán fallecido por esta enfermedad.
Según el “Plan Nacional de cuidados integrales del cáncer” (2020 – 2024), aprobado por el Ministerio de Salud a finales del gobierno de transición, esta enfermedad constituye la segunda causa de mortalidad por grupo de enfermedad en el Perú, produce un gran impacto económico en los individuos, sus familias y la sociedad, así como una muy penosa sobrevida cuando la persona se enfrenta a un diagnóstico tardío y un limitado acceso a servicios oncológicos.
Según un estudio de carga global de enfermedad, publicado la semana pasada en la prestigiosa revista “The Lancet”, casi la mitad de las muertes por cáncer están vinculadas a factores de riesgo modificables, como el fumar, el consumo excesivo del alcohol y el alto índice de masa corporal (sobrepeso y obesidad).
En el caso del Perú, a los tres factores de riesgo mencionados arriba se suman los agentes infecciosos como el Helicobacter pylori (asociado a cáncer de estómago y esófago), el virus del papiloma humano (asociado a cáncer del cuello uterino) y el virus de la hepatitis B (asociado a cáncer de hígado), todos prevenibles con adecuado saneamiento, educación y en el caso de las últimas dos, con vacunas.
Aquí nos detendremos para resaltar el primer elemento a tomar en cuenta para una política pública de salud orientada a reducir el impacto del Cáncer en nuestra población. Las intervenciones de salud pública orientadas a limitar al máximo el consumo de tabaco y el alcohol, así como promover estilos de vida saludable, incluyendo el aumento de la actividad física y la reducción de alimentos ultra procesados – con altos niveles de azúcar, grasas trans – tienen un efecto muy positivo, no solo en mejorar nuestra calidad de vida en general, sino, específicamente, en reducir de manera importante el riesgo de desarrollar cáncer.
Si a esto agregáramos mejora en el acceso a los servicios de agua y saneamiento, así como el aumento sustantivo de la cobertura de vacunación contra la hepatitis B y el virus de papiloma humano, los efectos positivos serían aún mayores.
Otro elemento clave es el diagnóstico temprano, oportuno y de calidad. Las posibilidades de cura aumentan notablemente si el problema es detectado a tiempo. Lamentablemente, en el nuestro país, 7 de cada 10 casos se identifican de forma tardía, cuando las opciones para el tratamiento son limitadas, tanto por su limitada eficacia, como por el costo o por su sofisticación (que hace que la mayoría tenga que ser referido a establecimientos altamente especializados y saturados en su atención y de muy difícil accesibilidad para la mayor parte de personas diagnosticadas).
A lo tardío del diagnóstico se agrega que, en más de la mitad de los casos, los resultados no son específicos, demorándose así la toma de decisiones que puede significar la diferencia entre la vida y la muerte. Los resultados no son específicos por que el personal que toma la muestra o los procesa no están adecuadamente entrenados o el número de especialistas está por debajo de la demanda; asimismo, se presenta una brecha de actualización de los equipos, en la mayoría o son obsoletos o su mantenimiento es inadecuado. En la mayor parte de los casos es una combinación de todos estos factores.
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