A lo largo de la lamentable pandemia del COVID-19, sistemáticamente hemos criticado la indisciplina que han mostrado los diferentes sectores de la población, principalmente a los que salieron de sus casas por ¨necesidad¨, si, por la necesidad de obtener ingresos económicos para llevar el pan a sus familias y con ello arriesgándose a contraer la infección y diseminarla.
Hace un par de días hasta hoy, tras una nueva flexibilización de intervenciones para el control nuevos casos del COVID-19, me refiero a la apertura de centros comerciales, grandes cadenas de tiendas por apartamentos, la concurrencia de la población ha sido de mucha afluencia, con largas colas y sin guardar la distancia necesaria, y con espera paciente de entre 30 a 40 minutos, cuya adquisición de productos no han sido necesariamente los comestibles ni medicamentos, al contrario, se han agolpado para la compra de artefactos eléctricos, zapatilla o calzado, ropa y hasta perfumes. Adquisiciones cuyas justificaciones van desde el regalo por el esposo, ropa de estación o recambio de artefactos eléctricos.
Queda claro que la demanda que acude a centros comerciales de esta naturaleza, no son los pobres ni los que sustentan su hogar con el día a día, son los de clase media y alta. Es increíble la carencia del sentido de identidad para el autocuidado de la salud, en circunstancias de ¨vida o muerte¨, ruleta rusa ante el virus que nos sonríe a cada paso.
En las dos últimas décadas el libre mercado ha generado una profunda dependencia de lo innecesario, desestructurando la conciencia de lo necesario, pero sin que esta conducta sea cuestionada en tiempos de ¨normalidad¨, hoy en un momento de grave riesgo a la vida, la razón no tiene implicancias de sobriedad ni ecuanimidad ante la prevención, se desdeña lo que tiene en casa, un aparato de televisión, ropa, zapatos que aun sirven bien por unos cuantos meses, sin embargo, puede más la vanidad como una práctica ¨innecesaria¨ ante la protección de la vida.
Pues que equivocados estamos ante el comportamiento de quienes esperamos sea mejor de los que tienen menos nivel educativo o una menor condición económica, esperamos en las esferas de mejor calidad de vida más orden, mas disciplina, más respeto, pero la realidad nos devuelve la cachetada de la pluralidad de comportamientos irracionales, aun cuando la vida peligra en un contexto que reclama la sobriedad, la prevención, la atención, la inteligencia en la medida de elegir lo trascendente para nuestras vidas.
Se vive en un presente catastrófico como inexistente, y queda claro que los próximos días, la infección acudirá no a los hospitales públicos, será a las clínicas privadas cuyo costo de tal irresponsabilidad la tendremos que pagar todos los peruanos. Si la falta de oxígeno está llevando a la muerte a muchas personas que no pueden acceder a una clínica, el increíble descontrol de clases medias y altas estará ahorcando al gobierno para cubrir el costo en el ámbito sanitario privado.
Somos vulgares razonadores, que confundimos la licencia con la libertad, y la licencia no es otra cosa que la autorización de ejercer algo, mientras que la libertad es el total control y conocimiento de uno mismo como dicen Epicteto, Zenón o Marco Aurelio (estoicos de la antigüedad). En nuestras circunstancias actuales la flexibilidad viene con la libertad de una conducta razonada ante la vida o la muerte. Hoy lamentablemente se pone de manifiesto el exceso de los deseos ante las facultades de conservación de la vida.
¨La necesidad de morir sólo es para el hombre sabio una razón para soportar los dolores de la vida. Si no se estuviera seguro de perderla una vez, costaría demasiado conservarla¨ Rousseau.
Finalmente queda la impotencia de no poder hacer nada ante estas expresiones humanas, y el personal sanitario estamos entre los que llevamos la peor parte, y aunque luchamos en un sistema de salud precario, lo es más la precariedad de la razón humana en un contexto tan visible de trágica realidad.
Comments