Usualmente esta columna toma un tema específico, lo desmenuza, lo analiza, identifica el problema principal y ensaya alguna solución. Pero esta vez vamos a intentar un esquema distinto, vamos a seguirle la pauta a la ciudadanía y hacernos eco de su "sentir" en este bendito año de la pandemia. ¿Qué sienten las mayorías? En medio de tanto ruido político, resulta difícil saberlo a ciencia cierta, aunque las encuestas -las "truchas", las teledirigidas y las que se perciben oteando el panorama de programas noticiosos- nos dan algunas luces.
Lo primero que salta a la vista es su hartazgo con la política, especialmente entre los más jóvenes. El candidato político supuestamente más popular del momento no tiene las simpatías ni siquiera de dos de cada diez posibles votantes. ¡Y es quien lidera las encuestas! El resto de los candidatos al sillón de Pizarro -por ahora- parecieran no existir, salvo uno que otro candidato o candidata cuyos nombres son soltados al viento más bien como una especie de "globos de ensayo", para ver "si pegan". Los guarismos más altos y significativos de las encuestas de opinión están reservados para la sección: "nivel de rechazo ciudadano".
Por su parte, los partidos, sospechosos de no representar a nadie o casi nadie, acaban de confirmar que -efectivamente- no representan a nadie o casi nadie: a sus elecciones internas del 6 de diciembre pasado no acudieron ni el 3% de los inscritos en sus respectivos padrones electorales. Elecciones internas -sean por delegados, directas o por aclamación- que, además de haber sido un estrepitoso fracaso desde el punto de vista electoral, le han costado al erario público la nada despreciable cifra de S/ 16 millones. Así, la pretendida reforma política ha terminado por hundirse en la nada burocrática, en la fallida pretensión de que es posible adecentar la política y crear institucionalidad por decreto.
Este hartazgo de la ciudadanía con la "política" no se limita al ámbito del Congreso, escenario central de la política nacional. Se extiende, desde hace mucho, al Poder Ejecutivo, que ni tiene tanto poder ni se muestra muy ejecutivo. Tres presidentes en el lapso de un mes y decenas de ministros "al paso" nos hablan de un país con "baja gobernabilidad", expuesto constantemente a los desmanes propio de la protesta popular, sea esta genuina o políticamente interesada.
Es en este contexto político que la ciudadanía pareciera haber decidido escribir en las paredes: ¡Basta de realidad!, ¡Queremos utopías! Y así con los ojos cerrados, imaginando que ya pandemia es cosa del pasado, se ha lanzado a las calles -por un lado- a buscar "el pan nuestro de cada día, y -por otro lado- a reivindicar mediante la protesta y la "lucha social" causas variopintas: colectiveros que buscan su "formalización", trabajadores mineros y metalúrgicos que reclaman por sus derechos laborales, "reservistas" del Ejército que exigen un bono no sé por qué, trabajadores del Estado que exigen la eliminación del régimen CAS, agricultores que demandan se duplique el monto de sus jornales diarios, pobladores que bloquean el sistema ferroviario exigiendo más frecuencias a Machu Picchu, etc., etc., y más.
Lo concreto es que -una parte importante de la ciudadanía- siente que, habiendo desaparecido los canales institucionales -llámense partidos políticos, organismos del Estado o entidades propias del estamento civil- sólo queda Ia "calle" como mecanismo efectivo para expresar el sentir ciudadano. Es decir, la protesta en las calles como mecanismo de presión no sólo se ha legitimado, sino que se ha convertido -por inacción o mala acción de las autoridades- en el único medio de solución de conflictos, aunque en el camino generen tal caos, que hace imposible que la razón se imponga a la sinrazón y terminemos todos hartos de tanto ruido.
Komentarai