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Carlos Anderson / El Día Siguiente

Lo único que podemos decir a ciencia cierta acerca del día después de las elecciones del 6 de junio es que será 7 y que cae lunes. Todo lo demás es especulación disfrazada de análisis y temor. Con seguridad, usted—amable lector—ha leído o escuchado (en medios tradicionales, pero más probablemente en medios digitales) o visto (en TikTok) sesudos informes, análisis y/o opiniones que pintan escenarios cada cual más dantesco.


¡Descártelos! La experiencia muestra que las cosas serán muy diferentes—mejores o peores--de lo que podemos entrever a partir de una simple extrapolación de lo dicho durante la campaña electoral de segunda vuelta (el presente) o haciendo una extrapolación de lo sucedido en experiencias pasadas—tales como el nacionalismo/populismo económico de los 70s u 80s, o el fujimorismo puro y duro de los 90s del siglo pasado—o de experiencias en países allende los mares, como la Cuba de Fidel o la Venezuela de Chávez y Maduro, ni siquiera la Bolivia de Evo. Y es que, como se lee en el famoso libro Ana Karenina de León Tolstoi: “Todas las familias felices se parecen unas a otras, pero cada familia infeliz lo es a su manera”.


Lo cual no significa que debamos minimizar los peligros y retos que se erigen alrededor de las elecciones del domingo próximo. Ciertamente una cosa es perder una elección en democracia y otra muy distinta es perder la democracia en una elección, como nos quieren hacer creer quienes prefieren las visiones reduccionistas de la historia. La verdad es que, nos guste o no nos guste, el Sr. Castillo está en esta segunda vuelta electoral como parte del juego democrático y porque así lo ha querido una minoría relativa que—en un mundo de mini candidatos, para usar la descripción del politólogo Carlos Meléndez—pasó a constituirse en mayoría relativa como resultado de la desidia de algunos, el abstencionismo de muchos, y la desilusión generalizada en el sistema de partidos. Tales las reglas de la democracia.


En momentos de máxima incertidumbre, se trata, estimado lector, de conservar la calma y no permitir que “panda el cúnico”, como diría El Chavo del 8. De lo contrario, corremos el riesgo de hacer que las dantescas predicciones en materia económica, y política se conviertan en profecías auto cumplidas.


Una primera muestra de madurez democrática será aceptar el resultado, cualquiera que este fuese. Las referencias veladas a un supuesto fraude—en una u otra dirección—y los sutiles llamados a alguna acción de las fuerzas armadas solo lograrán el efecto deseado precisamente por quienes usan los mecanismos de la democracia para “exacerbar las contradicciones” y así terminar con ella.


La nuestra no es una democracia manca, sin mecanismos de defensa y en caso el nuevo gobierno, cualquiera que sea, intente subvertir el orden democrático, deberemos actuar sin dudas ni murmuraciones en defensa de la democracia y del orden constituido.


Una segunda muestra de madurez democrática será avanzar—en el más corto plazo posible—en la ruta de un verdadero gobierno de unidad nacional, y no la colección de asociaciones interesadas y respaldos de último momento llevados por el sentimiento “anti” que hemos visto de uno y otro lado durante esta segunda vuelta.


A partir del 28 de julio, necesitamos un verdadero gobierno de unidad nacional, guiado por sentimientos positivos de superación de la crisis sobre la base de una agenda mínima. Pero, sobretodo, necesitamos que quienes salgan elegidos para gobernar el Perú en momentos tan difíciles entiendan que su principal tarea es gobernar en favor de “todos los peruanos”, y que a pesar de los circunstanciales millones de votos que reciban, el suyo es un mandato limitado y no una carta blanca para transformar el país, matando en el camino la democracia.


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