El lunes 9, mientras dictaba mi clase “online” de Historia Económica, me llegó un inesperado mensaje de WhatsApp: el presidente Martin Vizcarra acababa de ser vacado por una abrumadora mayoría en el Congreso de la República. Resultado inesperado, constitucionalmente válido, probablemente auto-infligido por un presidente con deseos suicidas -políticamente hablando- que no tuvo mejor idea que ir a la cueva de los leones a provocarlos con un “no soy el único investigado”.
Aparentemente, el mensaje que recibí le llegó al mismo tiempo a mis alumnos, algunos de los cuales no pudieron evitar las lágrimas, mientras que otros -llevados por la frustración- expresaban la necesidad de salir a las calles a incendiarlo todo. Pero no necesariamente como consecuencia de un sentimiento de solidaridad con el defenestrado presidente, sino como consecuencia de la rabia y frustración que les genera ser testigos de la descomposición ya casi terminal de la clase política, y el temor frente a lo desconocido.
Probablemente, lo acontecido en mi “sala de clase virtual” haya sucedido también en múltiples ambientes del ciberespacio, territorio principal de la revuelta ciudadana que agita las redes sociales y donde se erigen -de manera insospechada- nuevos y extraños liderazgos, como el joven Tik Toker que cuenta nada menos que con 17 millones de seguidores. Son estos nuevos líderes digitales, los “influencers” en Instagram, Tik Tok, Twitter y Facebook, y no los políticos tradicionales que ahora juegan a revolucionarios, quienes impulsan las manifestaciones que vemos en las calles y plazas de Lima y del interior del país.
Ciertamente, ni el Sr. Manuel Merino ni el Sr. Antero Flores Araoz, y menos aún algunos de los recién nombrados ministros y ministras, representan -siquiera en mínima medida- lo que “las redes y las calles” reclaman: políticos a tono con los nuevos tiempos, capaces de enfrentar el tri-lema económico, político y sanitario que nos agobia. Más bien, estos personajes parecieran darle la razón al filósofo francés Voltaire para quien “la política es el camino para que los hombres sin principios puedan dirigir a los hombres sin memoria”.
Así las cosas, es difícil no compartir los sentimientos de zozobra, indignación y temor que invaden -sobretodo- a los más jóvenes del país. Los mayores de 40 años hemos enfrentado grandes desafíos a lo largo de nuestras vidas, y sabemos que siempre hay un haz de luz al final del túnel. En este caso, ese haz simboliza las elecciones venideras, en apenas unos meses. El país necesita volver a comenzar, voltear la página de esta década pérdida y comenzar a construir con valentía y ahínco una sociedad de la que todos nos podamos sentir orgullosos.
Hace mucho que vivimos a bordo de una especie de tren fantasma. Entre brumas y sombras. Acompañados de pseudo políticos que a nadie representan, y para quienes sus intereses personales están siempre por encima de los intereses nacionales. Es necesario encender las luces, cambiar de vehículo, y apostar por una democracia genuinamente representativa.
Ciertamente, la democracia -tal como se entiende hoy, con sus “influencers” y las todopoderosas redes sociales- nos produce tremenda angustia, pero nos ofrece también nuevas posibilidades de conexión con los ciudadanos. La clave está en saber escuchar y hacer de la política la profesión a tiempo parcial de todo ciudadano. Porque, como solía decir Sir Winston Churchill: “la democracia es el peor de los regímenes, excluidos todos los demás”.
Sin olvidar, eso si, que más que otro régimen, la democracia exige el ejercicio de la autoridad legítimamente constituida. Legitimidad que va más allá de una simple lógica de legalidad. El Sr. Manuel Merino puede que ostente “legalmente” el título de presidente de la república. Pero en materia de legitimidad, la respuesta la encuentra en las calles y las redes. Manuel Merino y su gabinete, simplemente no nos representa.
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