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Carlos Ginocchio / Cambalache


Enrique Santos Discépolo compuso, en 1934, el tango ‘Cambalache’ cuya letra dice: “Hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor, ignorante, sabio, chorro, generoso, estafador. Es lo mismo el que labura noche y día como un buey que el que vive de los otros, que el que mata o el que cura o está fuera de la ley”. En 1949, George Orwell culminaría su novela ‘1984’ con las siguientes expresiones: “Lo importante es mantener a la población en estado de continuo miedo, por lo que las noticias se contradicen de un día para otro, así se mantiene un estado de emergencia nacional interminable, justificando cualquier abuso de las autoridades”.


Ni Orwell ni Discépolo imaginaron serían premonitorios. La pandemia ha desnudado la situación no sólo del Perú, sino del planeta en general. El sentimiento común es el temor, el espanto a perder el trabajo, ser marginado, detenido, a enfermarse, y a la muerte, alejado de sus seres queridos.


Un reciente artículo de ‘The Economist’ expone los cambios que se producirán en diferentes sectores de la economía global, resaltando que “el mundo está viendo este año como un nuevo inicio. Un renacimiento. La gente replanteará sus metas personales, de trabajo, de salud, de dinero y espirituales”. Ciertamente, debe ser un nuevo inicio, pero considero en cuanto el virus se convierta en parte de nuestras vidas y las vacunas sean masivas, la población retornará a sus metas de felicidad, paz, tranquilidad y relacionamiento con sus familiares y amigos. Adicionalmente, ninguna epidemia modificará -nunca lo ha hecho ni debe hacerlo- los valores, la ética, la moral, y el amor a la vida.


En situaciones como la que vivimos se hace imperativa la transparencia, el respeto, y los buenos modales, y es donde el periodismo debe convertirse en ‘la más noble de las profesiones’, presentando la verdad y moderando sus opiniones, con cortesía hacia sus oponentes. Ello no está sucediendo, y contemplamos extremismos en todo el mundo, incluyendo países desarrollados y supuestamente modelos de democracia, donde los líderes incitan a sus seguidores para comportamientos subalternos. La televisión y sus noticieros ofrecen pesimismo, violencia, crímenes, muertes (‘tristicias’, antes que noticias, afirma Esteban Puig). Lo dramático son las redes sociales, donde tirios y troyanos se insultan unos a otros, y no sólo por aspectos políticos, sino asuntos sociales, y hasta irrelevantes como los deportivos, si Messi es mejor que Ronaldo, o Maradona fue superior a Pelé. Ha llegado el momento de promulgar leyes y normas –en el ámbito nacional e internacional- que penalicen a quienes difunden falsedades, inexactitudes, incorrecciones, calumnias e injurias, si realmente deseamos retornar a una sana convivencia.


Tener opinión propia se ha convertido en riesgo de imagen y hasta de la propia seguridad. Si tu pensamiento y parecer coinciden con los tirios, los troyanos te embestirán, y de ser al contrario, los primeros arremeterán contra tu persona. La independencia se ha convertido en peligrosa. Todo el mundo es culpable hasta que demuestre lo contrario. Es la manera de robotizar a una población. Más vale permanecer oculto en el caballo de Troya. “No pensar, sólo mirar”, como afirma el padre Esteban Puig en su artículo ‘Ver para creer’. Hoy nos dicen que una imagen vale más que cien palabras, obviando que la primera soslaya el raciocinio y permite el error, mientras que la palabra promueve el análisis y el razonamiento. La juventud realmente revolucionaria del 68’ habría regurgitado con esta situación. En este caso, el cambalache consiste en la lobotomía de los criterios, y en la deplorable necesidad de refugiarse en el denominado mal menor.


Nos enfrentamos a una elección y aunque mi expectativa es una utopía, y los pactos éticos son un saludo a la bandera, desearía que los candidatos formulen propuestas concretas y sostenibles, explicando el ‘cómo’ más allá de las buenas intenciones, y administren a sus equipos de postulantes al Congreso, de forma que sus ofertas estén alineadas a sus planes de gobierno, y no tengamos el cambalache de múltiples ofrecimientos que sabemos no se cumplirán. Sólo así podremos acabar con este cambalache que nos está transformando en lo que don Federico More manifestaba en la primera mitad del siglo pasado: “el país de la farsa y la chirigota”. La pregunta no es la bíblica de quién tira la primera piedra, sino de quien da el primer ejemplo.


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