La ciudad de Piura adolece de numerosos problemas y carencias de mucha antigüedad que todos conocemos y las autoridades no han podido resolver hasta el momento. Aunque en Piura hay más de seis universidades, no existe hasta la fecha un liderazgo que motive a la juventud a permanecer en la región, desarrollar emprendimientos o integrarse a empresas que les ofrezcan un futuro interesante y promisorio. Por ello, la gran migración de jóvenes a la capital, al extranjero, e incluso a otras ciudades del país que ofrecen más oportunidades. Revertir esta situación es el gran reto de las actuales autoridades.
Pese a ello, la región cuenta con reconocidas fortalezas que despiertan el optimismo, como son su liderazgo agroexportador, beneficioso clima, gastronomía deliciosa y variada – la mejor del país – sus playas y las del vecino Tumbes, integradas en un atractivo circuito, y por supuesto, la calidez y hospitalidad de su gente, amable y generosa. Una quinta cualidad por explotar: su historia, y una potencial industria del turismo para diferentes tipos de público, más allá de las playas: la iglesia de San Lucas de Colán, la primera erigida por los españoles, las descomunales conchas donde se halló la imagen de la Virgen de las Mercedes en Paita, el Señor de la Buena Muerte de Chocán y el Señor Cautivo de Ayabaca para el turismo religioso, la quebrada Chillique en Piedra del Toro y las lagunas de Talandracas en Morropón (donde una dama de la tercera edad promueve atractivos más terrenales), el Mirador del cerro Huayanay y los Peroles de Mishahuaca, formados por la erosión del agua, en Canchaque; los Manglares de San Pedro en el distrito de Vice, la casa de Sojo, y los baños termales y sulfurosos de “Agua de la leche”, en Sullana, entre otros adicionales, que, con un programa eficiente y una adecuada logística e infraestructura, son enormemente atractivos para visitantes nacionales y extranjeros, pero en esta ocasión me referiré a las playas.
Disfruté una semana de las playas norteñas, con estadía en Máncora, cuyo nombre se debe al SEC, idioma tallán, que significaba ‘padre del agua’ o ‘lugar al lado del agua’, en su toponimia original ‘Mancura’. La web ‘Talara y su historia’ señala que “su nombre proviene de un pescador que perdió un brazo y cada tarde, al caer el sol, rezaba en el muelle para encontrar al culpable de su mutilación. Dicen que el culpable fue un atún gigantesco, tuerto y de aleta azul, que se había resistido a la caza. La historia, por su parte, relata que el origen del pueblo se remonta a 1629, cuando el Rey de España concedió la entonces hacienda de Máncora al capitán Martín Alonso Granadino, quien estableció allí el poblado”. La web ‘Olas Perú’ agrega que “el “Flaco” Barreda, un legendario tablista peruano de los 70s, y un grupo de amigos, tuvieron la suerte de avistar, desde la carretera, las espumas de Máncora (se dice que también habían sido divisadas en 1958, por Federico “Pitty” Block durante una carrera de autos) y decidieron detenerse en la caleta a experimentar con sus olas, sin saber que años más tarde habría de convertirse en uno de los distritos más entrañables de la tabla nacional. Uno de estos tablistas fue el “Gordo” Barreda, quien contó personalmente en el libro ‘5000 Años surcando Olas’, como descubrió la rompiente de Cabo Blanco”.
Máncora existía desde el siglo XVII, pero fue creada como distrito de Talara en 1908, por el presidente Augusto Leguía, y con una población menor a 10,000 habitantes al inicio del siglo, se acerca a los 50 mil. Sin duda que el boom de las playas norteñas (Colán es otra historia) se debió a la visión de Juan Francisco Helguero con Punta Sal, en la primera mitad de la década de 1980. Hoy, Máncora es una ciudad con emprendimientos que van desde ‘La casa de Betty’ en el pueblo hasta la ‘Casa Rocapulco’ en la zona de ‘Las Pocitas’, donde incluso se realizan diferentes celebraciones. Un pueblo con una oferta de todo tipo de productos y a precios módicos, restaurantes con una variada y sabrosa propuesta de pescados y mariscos, un ambiente de cordialidad y gente calurosa, amable y hospitalaria, como es la norteña. Por supuesto, gracias al encanto de su clima cálido, sus noches frescas, sus playas de arenas claras y aguas cristalinas, entre verdes, azules y turquesas, que no tienen qué envidiarle a ninguna en el planeta. Además, está el hechizo de la calma y la magia que irradia la ciudad, donde con una pizca de entusiasmo se puede apreciar, también un confortable bulevar que invita a reuniones y contactos, más lo que he denominado el parque de las iguanas - saurópsidos reptiles que, con una figura no muy atractiva, proyectan sosiego y simpatía – donde, como en la plaza Seminario de Guayaquil, se desenvuelven a sus anchas.
Sólo agregaría una situación de corrección, como es la pobre situación de la carretera que comunica el pueblo con Las Pocitas, la que debería ser asfaltada. Sugiero se establezca – como en algunos países de Europa – un impuesto de S/ 3 a S/ 5 diarios a los turistas que ocupen un hotel, hostal o pensión, para dedicarlo a su mejora, y no solo en Máncora, sino en Cabo Blanco, Vichayito, Punta Sal, Zorritos, y las playas de la zona.
No fue lo único. Tomamos un tour que nos permitió visitar Punta Sal, Zorritos, y en especial Puerto Pizarro (Tumbes), donde paseamos por el Santuario Los Manglares y conocimos las diversas variedades de mangles y la gran variedad de flora y fauna. Visitamos el criadero de cocodrilos, un albergue para la conservación de la especie, que cuenta con 300 ejemplares, donde resalta Diego, el macho alfa más longevo, que, con 250 kilos, casi 4 metros de longitud, y más de 40 años, habita separado del resto, y se alimenta de pollo, pescado y vitaminas. La ‘isla del amor’ fue otra atracción, donde un grupo de jóvenes emprendedores – incluidos venezolanos – han desarrollado una oferta sugestiva de deportes acuáticos. La isla tiene potencial para evaluar otras posibilidades, como el avistamiento de flora y fauna, por ejemplo. La cereza fue el opíparo almuerzo de un cebiche de mero y langosta de fondo, dos platos exquisitos e inigualables a un precio que jamás se encontraría fuera de la zona.
Las playas de Piura y Tumbes constituyen un circuito inseparable, y presentan más atractivos, como son las tortugas en El Ñuro (hoy también en Máncora y Zorritos), el avistamiento de ballenas jorobadas, y la práctica de deportes acuáticos. No estaría mal, tampoco, un aeródromo para el aterrizaje de avionetas que trasladen a los visitantes desde la capital, como una mayor promoción en países limítrofes, ya que en el tour compartimos con chilenos y ecuatorianos. Son la ‘punta de lanza’ para convertir a Piura y Tumbes en destinos turísticos (la industria sin chimeneas generadora de abundante empleo), no solo por sus playas. En Semana Santa, Piura y Tumbes han recibido entre 25 y 30 mil turistas. El país este año será visitado para diferentes eventos, como APEC, y allí es donde interesa la difusión. Los gobiernos regionales y alcaldes tienen la palabra
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