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Carlos Ginocchio / Productos e inclusión financiera (2 de 5) 



El concepto de ‘inclusión’ se extenderá en ámbitos como el ‘social’ y el ‘financiero’, buscando incorporar a los supuestamente excluidos en las actividades o productos que poseemos quienes supuestamente somos los privilegiados. Personajes como el premio Nobel hindú en Ciencias Económicas, Amartya Sen, serán trascendentales para la inclusión financiera, con su propuesta de integrar bienes como la libertad y la justicia en el cálculo del desarrollo, y en articular pobres con disposiciones de efectivo con los que requieran el financiamiento

 

Posteriormente, el término se extendería a los ámbitos ‘social’ y financiero’. En Perú, inicialmente, se identificó con el término ‘bancarización’. Al principio como el solo hecho de tener una cuenta de ‘pasivos’ (ahorros, cuenta corriente, depósitos a plazo), recordándole al lector que antes de la segunda mitad de la década de 1980, la banca – aún no existían las Cajas Municipales, las Cajas Rurales y las Edpymes – para abrir una cuenta corriente y otorgar una tarjeta de crédito, se le exigía al consumidor movimientos en su cuenta de ahorros por lo menos durante seis meses.  Ha pasado mucha agua por el río (Heráclito, dixit), y en el presente siglo, el Perú ha obtenido en sucesivas ocasiones, el primer lugar como el país que ofrece el mejor entorno para la inclusión financiera a escala mundial, sustentado en la aparición de las Cajas Municipales, cooperativas de ahorro y crédito, la billetera electrónica, y aplicativos para la transferencia de fondos.

 

En la década de 1990, se procedió a abrir cuentas de ahorro a maestros, jubilados, fuerzas policiales, y otros, para abonarles sus sueldos y salarios. El resultado fue que la mayoría retiraba totalmente el monto y continuaba comportándose con sus pagos en efectivo. La ‘bancarización’ se define como “el uso de los medios de pago del sistema financiero, por parte de las personas o empresas, para realizar operaciones comerciales”. No basta tener una cuenta si esta no es utilizada para sus operaciones comerciales y personales, y en tal sentido, se produjo un avance cuando empresas de servicios públicos comenzaron a utilizar a los bancos para el pago de sus recibos. Muchas personas, aún sin tener cuentas, pagaban la luz, el agua, y el teléfono, en las ventanillas de las instituciones financieras, y estas le cobraban al consumidor un monto por atender dicho pago, cuando debieron hacerlo a las empresas, a las que le estaban ahorrando el costo de su cobranza (además que le otorgaban liquidez al banco).

 

En el siglo XXI, evolucionó el concepto de ‘inclusión financiera’, que el Banco Mundial (BM) señala como “el acceso que tienen las personas y las empresas a diversos productos y servicios financieros útiles y asequibles que atienden sus necesidades —transacciones, pagos, ahorro, crédito y seguros— y que se prestan de manera responsable y sostenible”. Este criterio es más acertado y realista pues no basta que la persona tenga una cuenta, sino demanda que la utilice para sus operaciones personales (pago de servicios públicos, colegios, consumos en restaurantes, supermercados, entre otros). Agrega el BM que la IF facilita la obtención de 7 de los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible, entre ellos la reducción de la pobreza extrema, y que el primer paso es tener una cuenta para sus transacciones. Esto último comienza a ser fundamental con la difusión masiva de los móviles, y las nuevas herramientas tecnológicas como la billetera electrónica, y los aplicativos móviles para envío y transferencias de dinero, y hasta para solicitar un préstamo.

 

Surgen algunas interrogantes: ¿es posible un grado importante de utilización del sistema financiero – y por ende – de la inclusión financiera (IF), con 75% de informalidad? ¿cuál es la relación entre IF y la inversión en momentos que esta última se reduce, y con ella, las oportunidades de empleo formal?, ¿existen los mecanismos adecuados para la defensa contra fraudes que inevitablemente traen estas nuevas tecnologías?  Dejo las respuestas para una próxima columna, y continúo con el propósito del artículo.

 

Utilizar el término ‘inclusión’ es excluir a quienes somos diferentes, pues el verbo ‘incluir’ significa ‘poner una cosa en el interior de otra’ (RAE) o, mejor dicho, incorporar a Jorge al grupo de José, por tener este último mayores calidades, y sin evaluar qué podría aportar Jorge al grupo supuestamente aventajado. Lo correcto es ‘integrar’, que denota ‘fusionar dos o más conceptos, corrientes, etc., divergentes entre sí, en una sola que las sintetice’ (RAE), donde tanto Jorge como José aportan sus conocimientos y tradiciones en una asociación ‘Ganar-Ganar’, donde ganan los consumidores, las instituciones financieras, las empresas privadas, y el Estado.


 

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