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  • Foto del escritorFabiola Morales

Fabiola Morales / El fenómeno Dina 



La Presidente de la República, Dina Boluarte, ha roto su silencio después del escándalo desatado por lucir relojes de alta gama que ha ocupado a los medios durante casi un mes.

 

Ofreció una breve conferencia de prensa, luego de acudir a la Fiscalía, y por toda respuesta dijo que, las citadas joyas, se las había “prestado” su “hermano”, el Gobernador de Ayacucho, Wilfredo Oscorima.

 

También agradeció al Congreso por la confianza otorgada a su gabinete Adrianzén y pidió “volear la página” de lo que consideró una exageración de los periodistas, porque han asegurado que posee pulseras, aretes y collares valiosos que, en realidad, son de una marca popular, “bisutería fina”, aseguró.

 

Lo cierto es que la primera mujer Presidente del Perú –así pasará a la historia– es todo un personaje que ascendió a la primera magistratura del país, casi por casualidad.

 

La menor de 10 hermanos apurimeños, emigró a Lima para hacerse de un futuro mejor: estudió y trabajó como funcionaría pública, a la vez que se movía en otros escenarios como el Colegio de Abogados de Lima y el Club Apurímac.

 

En estas últimas instituciones, fue donde perfiló su liderazgo, llegó a presidir el club provinciano y a ser “ama y señora” de una institución potente en representación y en recursos económicos.

 

Así, Dina calculó que lo tenía todo para pretender la alcaldía del distrito limeño de Surquillo, postuló sin éxito; pero este hecho la catapultó a la gran política, porque llamó la atención de Vladimir Cerrón, el fundador de Perú Libre, quien la buscó para armar la plancha presidencial con Pedro Castillo y él mismo.

 

El Jurado Nacional de Elecciones que observó la candidatura de Cerrón a la vicepresidencia, no hizo lo mismo con Boluarte que tenía también cuestionamientos legales y, lo más sorprendente es que este Jurado, en nuestra opinión –manejado solo por su presidente, Jorge Salas, por el desbalance en el número de sus miembros– permitió postular a Castillo con una “plancha presidencial coja”.

 

Con Castillo en la Presidencia, el poder descansaba en la sombra de un Cerrón que si bien, no fue oficialmente ni “portero de Palacio”, como lo aseguraron, entraba y salía de ahí cuando le daba la gana y hay testigos que afirman que, incluso zamaqueaba de la solapa al Jefe de Estado, cuando osaba no cumplir sus órdenes.

 

Dina, mientras tanto, desde el Ministerio de Inclusión Social, donde siempre estuvo, permanecía expectante.

 

Pero, antes del autogolpe de Castillo, Boluarte renunció al Ministerio, en una acción que la opinión pública miró como bien calculada, el gobierno de Perú Libre ya no podía superar la cangrena de la corrupción y empezó a perder a sus miembros más importantes, hasta que cayó la cabeza.

 

Fue entonces que, la legalidad favoreció a Dina, como única vicepresidente, juramentó como Presidente de la República, ante el Congreso, con un vestido amarillo que espantó el fantasma de Cerrón y dejó de aparecer en Palacio.

 

Pero, quienes perdieron el poder, levantaron el sur y se estima que en el intento de toma de aeropuertos e instituciones clave, hubo un saldo de 50 muertos.

 

Mientras, el gobierno de Ñuco Merino cayó, porque le achacaron la muerte de 2 manifestantes, Dina se mantuvo y sigue en pie hasta ahora, flotando entre los relojes que le “observaron” los caviares para tumbarla y adelantar elecciones.

 

Sí, estimados lectores, los mismos que la eligieron, ahora vociferan desde el Congreso y los medios para tumbársela como sea. ¿Llegará al 2026? Es la gran pregunta.

 

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