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Fabiola Morales / La cultura peruana en juego


Las elecciones se calientan y las diferentes posiciones ya no se enmarcan entre aquello que los franceses, después de la Revolución, denominaban como derecha e izquierda; sino entre modos distintos de enrumbar la sociedad peruana, ahora en poder de políticas globalistas, en torno a agendas que son como los nuevos Mandamientos, que todos deben cumplir a pie juntillas, como es el caso de la llamada Agenda 2030.


Una universidad ha realizado una comparación de los planes de gobierno de los partidos políticos bajo las variables de esta agenda y, claro, unos han salido más alineados que otros a los “objetivos de desarrollo” de la misma; como si se tratara de “políticas vinculantes”, o jurídicamente obligatorias, para los países firmantes y todos tuvieran que seguirlas, sí o sí.


Entre los partidos aprobados en este estudio, están mayormente los de filiación marxista, los filo-marxistas y algunos distraídos. Ahí está Verónika Mendoza, Marco Arana, Julio Guzmán, Daniel Urresti y George Forsyth, entre los mejores calificados. Estos son los candidatos a quienes las Naciones Unidas ya podrían prepararles una distinción especial por obedientes a sus mandatos.


Todos los demás, con planes y agendas más alejados de estos acuerdos, serán a quienes deben conquistar, si acaso llegaran al gobierno o a tener una presencia importante en el Congreso de la República, porque son las ovejas negras que se han atrevido a ofrecer a los ciudadanos propuestas propias y, como es lógico, más cercanas a la realidad del país.


¿Cómo consigue la ONU alinear los países a sus propias agendas socio culturales? De la única manera posible, sustentando económicamente cada una de sus políticas y, para ello, poseen toda una burocracia global, muy bien pagada, para hacer: el seguimiento, el examen y la fiscalización de las mismas, en los distintos ministerios.


Es por eso que a los empleados de los ministerios y sus asesores se unen estos burócratas con sueldos en dólares que muchas veces pasan desapercibidos, porque estando fuera del Presupuesto de la República, nadie controla y bien podrían estar sustentando económicamente a amistades, conocidos o parientes del jefe del pliego de turno.


Estos burócratas son los que, a cambio, se encargan de observar a toda hora si las políticas del gobierno siguen la brújula de sus compromisos internacionales “no vinculantes”; pero que se deben cumplir a pie juntillas. Es en este contexto donde se produjo las investigadas “esterilizaciones forzadas”, porque se debía cumplir con las políticas que marcan los organismos internacionales.


Lo que podríamos denominar como una “guerra cultural” se produce precisamente aquí por el choque entre los lineamientos de los amos del mundo y los planes propios de cada país. Entre quienes se reúnen en foros mundiales o en las Naciones Unidas y otros organismos donde, usualmente, llevan a trabajar a los expresidentes de Consejos de Ministros o exministros, que han contribuido con brillantez a que estas políticas se cumplan en el país.


Actualmente, la guerra cultural se produce entre quienes defienden el aborto, la eutanasia, el ambientalismo extremo, el “elegetebismo”, el hedonismo, el materialismo marxista o liberalista y quieren imponerlo a fuego, porque es lo más recomendable para la economía y la cultura global; y quienes defienden una sociedad humanística, pro vida, pro familia y, en caso de la América Latina y el Perú, también cristiana, acorde a la identidad propia.


Estas elecciones generales del 11 de abril nos permitirán a los peruanos seguir como estamos, con un gobierno pro globalista o tomar nuestro propio rumbo de país orgulloso de su cultura y costumbres milenarias.


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