Escrito por Mag. Ing. Urphy Vásquez Baca Docente contratada del Departamento de Ciencias Sociales de la PUCP Coordinadora del Grupo de Trabajo Tinkuy: Energía, Territorio y Cambio Climático de la PUCP. Miembro del Directorio del INTE-PUCP
Ante el presente contexto del COVID 19, no debemos dejar de hablar de la población más vulnerable ante la resiliencia climática, económica y social. Me refiero a las poblaciones rurales y aisladas, que se encuentran en situación de pobreza y extrema pobreza.
En el medio rural, la actividad productiva la conforman principalmente las ramas agropecuarias, agroindustriales, minería, artesanía y turismo, utilizando principalmente combustibles tradicionales fósiles o biomasa tradicional, tales como: leña, bosta, yareta, petróleo, gasolina, entre otras. Y, aplicando tecnologías que se encuentran accesibles, por ejemplo: cargado de baterías, generadores de electricidad, velas, mecheros, lámparas, cocinas a fuego abierto, baldes o recipientes para el recojo del agua para consumo básico, entre otros. Con las limitaciones que todo ello significa.
Históricamente, la energía ha jugado un papel importante en el mejoramiento de la calidad de vida. Sin embargo, la tecnología aplicada se da de tal forma, que no llega a ponerse al alcance de las poblaciones dispersas y vulnerables (Oliveros, 1990)
Según Alfredo Oliveros (1990) y Pedro Gamio y otros (2017), la ubicación y configuración geográfica del país, entre otros factores, determina la presencia de recursos energéticos renovables descentralizados muy importantes, como son principalmente la energía solar, eólica, biomasa, geotermia y minihidráulica.
Nuestra matriz energética nacional posee el 5% de aporte de los recursos energéticos no convencionales (RENC), siendo estos: solar fotovoltaica, eólica, mini hidro, y biomasa. Aún sigue quedando pendiente el aprovechamiento de la energía geotérmica. A pesar de tener gran potencial de manifestaciones geotérmicas, tales como: fumarolas, geiseres, aguas termales, entre otros, en la actualidad no se explotan dichos recursos. La geotermia, así como la biomasa, son energías de la economía circular. Por ejemplo, podríamos desarrollar tecnologías para enfrentar las heladas en las zonas altoandinas con energía geotermia (en Puno, Arequipa, Moquegua, Ayacucho, etc.); así como, el desarrollo del ecoturismo como actividad productiva y económica para la mejora de ingresos y el fortalecimiento de dinámicas socio culturales e interculturales. Asimismo, la energía de la biomasa (biogás, bioabono sólido y líquido, biocombustibles) servirían para la energización a partir de los desechos agropecuarios y orgánicos.
Sin embargo, nada de esto puede ser realidad, sino se promulga el Reglamento de la Generación Distribuida, y la continuidad de licitaciones para la inyección a la red eléctrica de los RENC (geotermia, biomasa, solar fotovoltaica y térmica, eólica, minihidráulica); así como, políticas públicas para promover la energización total y luchar por la erradicación de la pobreza energética. Estas medidas permitirán impulsar la democratización al 100 % de la energía útil (eléctrica, térmica, y mecánica) a escala territorial y espacial (urbano, periurbano y rural).
La energía útil debe ser descentralizada para que exista desarrollo local, regional y nacional. Sin energía no hay vida, no hay crecimiento, no hay producción, no hay economía, no hay cultura, no hay sociedad, no hay ruralidad, no hay seguridad alimentaria, ni hídrica…
Democratización de la energía, resiliencia climática, pobreza energética, inclusión energética desde un enfoque territorial y de hábitat… son tópicos de interés cuando queremos referirnos a la energía y su vínculo con el desarrollo humano y productivo.
La fórmula es sencilla:
Tecnología + ER = Desarrollo Sostenible
Fuente bibliográfica:
Alfredo Oliveros Donohue (1990). Libro Tecnología y Desarrollo, Concytec, Lima Perú
Pedro Gamio, Urphy Vásquez, Ana Moreno y Alicia Castro (2017). Libro Regulación y Acceso a la Energía con Energías Renovables. Colectivo Acceso Básico a la energía. GIZ en el Perú.