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Alejandro Narváez / Cambios de gran calado (2 de 2)


El Perú necesita cambios de gran calado


Construir “infraestructura humana”

Necesitamos “desesperadamente” invertir en el futuro del país, en activos tangibles como carreteras o puentes, hospitales, centros de investigación, etc. y sobre todo en la gente, especialmente en sus niños y adolescentes. Hay muchas evidencias de que invertir en las familias con niños y adolescentes enriquecerá al país y lo hará más productivo a largo plazo. Pero para ser justo, esos retornos o beneficios tardarán algún tiempo en materializarse.


Históricamente la inversión en educación, salud, en I+D+i, han sido ínfimos. El coronavirus debe ser un buen pretexto para dotar de mayores recursos a esos sectores claves para el futuro del país. Nuevamente, estas decisiones requieren romper el viejo tabú del mal entendido equilibrio financiero del presupuesto público. Estas inversiones proporcionan el mayor retorno por soles invertido, aumentan el crecimiento potencial al elevar el nivel educativo de la fuerza laboral, reducen la desigualdad, etc.


No hay razones económicas de peso para no realizar esas inversiones. La deuda no es un problema, teniendo en cuenta las tasas de interés reales cercanas a cero vigentes. Gregory Mankiw, profesor de Harvard, decía al referirse a la crisis actual “hoy no es el momento para preocuparse de la deuda pública”. A la deuda pública hay que tenerle respeto, pero no miedo.


Se trata de afrontar la crisis con la convicción de que resulta más útil actuar con los instrumentos económicos disponibles, incluso a riesgo de equivocarse. No se puede hacer tortillas sin romper huevos. Los técnicos del MEF tienen que cambiar de reflejos. A los problemas estructurales que tiene el país, agudizados por la pandemia no se les puede responder con las medidas de antes, con las viejas recetas. El mundo ha cambiado brutalmente. Más de los mismo no servirá. El FMI lo sabe.



Construir infraestructura física

Hace falta voluntad política para poner en marcha una política fiscal agresivamente disruptiva, basada en presupuestos expansivos multianuales, que priorice inversiones de gran magnitud en infraestructura física y equipamiento en educación, ciencia e investigación, salud, transportes y alfabetización digital, etc. Todo ello sería parte de la construcción de un país pos – coronavirus que sólo el Estado puede hacer. Estas inversiones tendrían un doble efecto: mantener la economía en el terreno positivo y hacerlo sostenible, y preparar el país para futuros eventos no deseados. Los inversionistas privados no invierten en carreteras, hospitales o colegios públicos, menos aún en tiempos de crisis. Y lo sabemos todos.


El otro frente de batalla que el gobierno debe librar, con firmeza y predicando el buen ejemplo, es la corrupción estructural. Este flagelo ha pervertido la política, la justicia, la realidad económica, las prácticas sociales, las acciones del gobierno, el mundo del trabajo, los fines y modos de vida cotidiana de la gente, y a su vez ha engendrado una clase rica hecha en la penumbra y al margen de la ley, empeñada en controlar la política y los principales espacios de poder, de paso poniendo en peligro la supervivencia de nuestra débil democracia.


Diversas investigaciones revelan que, un país corrupto podría tener niveles de inversión hasta 5% del PBI menos que países sin corrupción, lo que se traduce, a su vez, en pérdidas de crecimiento de la economía a largo plazo de 0.5% por año. La Contraloría General de la Republica acaba de revelar (13 de agosto de 2021) en el 2020 se perdieron 22,059 millones de soles por efecto de la corrupción (12.6% del presupuesto de ese año).



Consecuencias duraderas

La pandemia puede tener consecuencias duraderas y dolorosas. Y la lista es larga: un aumento del desempleo de larga duración y la desigualdad en los colectivos y familias ya de por sí muy vulnerables como los jóvenes poco formados de ingresos bajos, una aceleración de los procesos de automatización que puede afectar a mujeres y personas con escasa calificación, y una reducción del capital invertido del sector privado, lo que recortaría la capacidad de crecimiento, cambios en la demanda, sobre todo en las grandes ciudades por el teletrabajo.


Una mayor competencia y aceptación de las ventas online dejaría a la economía peruana en una situación más vulnerable. Finalmente, si no se atacan frontalmente estos problemas, la desigualdad que se venía arrastrando antes de la pandemia se disparará aún más poniendo en entre dicho nuestra débil democracia.



Referencia:

El autor es Profesor Principal de Economía Financiera en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.


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