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Alejandro Narváez / Hambre y sobran alimentos (2 de 2)


La gran paradoja: más hambre en un mundo en el que sobra alimentos.


El hambre en ALC se extiende

El hambre en América Latina y el Caribe está en su punto más alto desde 2000. El reciente “Informe Regional de Seguridad Alimentaria y Nutrición 2021” de las Naciones Unidas, revela un escenario sombrío para el futuro de la región. Desde 2014, el hambre en la región no dejo de aumentar. En ese año la inseguridad alimentaria moderada (personas que ven reducidas la calidad y/o cantidad de sus alimentos) o severa (cuando no se consumen alimentos durante un día o más) alcanzaba a 154 millones de personas (24.9%), en 2019 estuvo en 207 millones (31.9%) y al cierre de 2020 esa cifra se había incrementado a 267 millones de personas lo que equivale al 40.9% de la población total de la región. No menos importante es señalar que la inseguridad alimentaria no afectó a hombres y mujeres por igual. En 2020, 41.8% de las mujeres sufrió algún grado de inseguridad alimentaria, en comparación con el 32.2% de los hombres.


No cabe duda de que una parte de esta situación de más hambre puede atribuirse al impacto de la pandemia del coronavirus, que redujo los ingresos de millones de personas en la región. Sin embargo, la pandemia no es la única responsable de la expansión del hambre, ya que las estadísticas regionales del hambre llevan siete años consecutivos aumentando.


Por otro lado, hay otras secuelas por la falta de una adecuada alimentación. Por ejemplo, en la región, uno de cada cuatro adultos sufre de obesidad. El sobrepeso infantil ha aumentado en los últimos 20 años y es mayor que la media mundial, afectando a 7.5% de los niños menores de cinco años en 2020. El sobrepeso y la obesidad tienen importantes repercusiones económicas, sociales y sanitarias en los países, ya que provocan una reducción de la productividad y un aumento de la discapacidad y la mortalidad prematura, así como un incremento de los costos de atención y tratamiento médico.


El virus del hambre en el Perú no se detiene

El escenario en el Perú ya era muy preocupante en 2014. En ese entonces, un total de 4 millones 100 mil peruanos estaban en situación de inseguridad alimentaria severa o hambre. En 2019, antes de la pandemia 5 millones 800 mil personas pasaban hambre. El último “Informe Regional de Seguridad Alimentaria y Nutrición 2021”, elaborado por cinco agencias de Naciones Unidas, alerta de un nuevo escenario “significativamente más desolador y desafiante”: 6 millones 300 mil peruanos (19.2% de la población total) padecen de inseguridad alimentaria grave al cierre del 2020. La cifra es aún mayor si se incluye a aquellas personas que sufren inseguridad alimentaria moderada, que hacen un total de 15 millones 700 mil lo que representa el 47.8% de la población peruana.


Esta cifra quedaba demasiado lejos del Objetivo de Desarrollo Sostenible, que apuntaba a erradicar el hambre para 2030, mejorar la nutrición y promover una agricultura sostenible. En el Perú, como en el resto del mundo, la pandemia ha supuesto un enorme traspié que ha alejado más aún de la meta de hambre cero para el 2030. Las previsiones para los años venideros tampoco son halagüeñas, seguirá habiendo millones de peruanos hambrientos en parte por los efectos colaterales de la crisis desencadenada por el COVID-19 y otros factores tanto internos como externos.


Las causas más saltantes

Es indiscutible que la pobreza y la desigualdad son las causas estructurales más gravitantes de todas las formas de inseguridad alimentaria y malnutrición, que a su vez amplifican los efectos negativos de otros factores como, los conflictos armados internos y externos, el cambio climático, la especulación de alimentos, la crisis energética, el costo de los alimentos nutritivos, etc. La inseguridad alimentaria y la malnutrición en todas sus formas se ven agravadas por los niveles de desigualdad altos y persistentes en cuanto a ingresos, activos productivos y servicios básicos (salud y educación), así como en cuanto al acceso a la información y la tecnología (por ejemplo, la brecha digital) y, en un sentido más amplio el acceso desigual a la riqueza. Mientras estas causas persistan, el buen deseo de hambre cero, seguirá siendo inalcanzable.


La recesión económica mundial provocada por la pandemia, así como la propagación de la propia enfermedad, ha agravado las desigualdades existentes principalmente en los países en vías de desarrollo. La pandemia también ha provocado otras alteraciones: el perfil de las nuevas víctimas del hambre ha cambiado. Antes, el hambre estaba estrechamente vinculado a la pobreza. La pandemia ha provocado un fuerte giro que no se esperaba. Ha sido por la duración de las duras cuarentenas impuestas y por su relación con la informalidad laboral, que en promedio es del 75%, como ocurre en Perú. Parte de la clase media perdió todo de la noche a la mañana. Y se sumaron por primera vez a la estadística del hambre. Ya no son solo los pobres.


Reflexiones finales

Las frías estadísticas nos dicen que los peruanos estamos perdiendo en la lucha contra el virus del hambre y otras formas de malnutrición, como el resto del mundo. Hemos vuelto a los niveles de hace 15 años. Los números también revelan el fracaso de la lucha contra el hambre en el país. El impacto del Plan Nacional de Seguridad Alimentaria y Nutricional 2015-2021 y de los programas nacionales de alimentación, han sido claramente insuficientes.


Es evidente que el problema del hambre no es un asunto de mayor producción, es, esencialmente, de distribución. Y eso está ligado a la pobreza y desigualdad estructural reinante. En este escenario los desafíos urgentes para mitigar el hambre, pasan por poner en marcha medidas sencillas pero efectivas, como por ejemplo: a) Proteger a las familias en situación de pobreza y pobreza extrema y apoyar a la agricultura familiar, b) Tomar medidas audaces de mitigación y adaptación al cambio climático, c) Adoptar medidas que aseguren el buen funcionamiento de los mercados de alimentos de productos básicos y sus derivados, d) Promover la educación alimentaria y nutricional en todos los niveles educativos, e) Invertir en infraestructura rural, en la investigación, el desarrollo y la innovación agrícola, y f) Perfeccionar el marco jurídico que fije políticas y estrategias que garanticen el derecho a la alimentación, la seguridad alimentaria y nutricional de todos. Y finalmente, erradicar el hambre, es también, un asunto de voluntad política.


Referencias:

Este artículo también puede leerse en: www.alejandronarvaez.com

El autor es Profesor Principal de Economía Financiera en la UNMSM.


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