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Carlos Anderson / Por un Estado Meritocrático

Hace unos días publiqué un anuncio en Twitter buscando un(a) economista junior para que se integre a mi equipo congresal. Lo publiqué en esta red social frustrado por una anterior experiencia en Facebook y LinkedIn buscando a un vicepresidente para el Instituto del Futuro (IDF), un think-tank privado que fundé cuatro años atrás. En ese caso, apenas recibí unos cuantos currículos.


Esta vez, la respuesta ha sido más que abrumadora. He recibido cerca de 200 CVs de jóvenes de universidades públicas y privadas, con excelentes credenciales académicas y valiosas experiencias laborales.


Tratando de explicar la respuesta a una y otra convocatoria, se me ocurren por lo menos tres: la red social utilizada, la naturaleza pública del puesto ofrecido, y, tres, la profundidad de la crisis del empleo. Como le gustaba a Jack el Destripador, vayamos por partes.


La red social. Ciertamente, al momento de elegir dónde publicitar una oportunidad laboral, la red social por definición es LinkedIn. En esta red social, si bien alguna tracción he recibido en ambas convocatorias, no tiene punto de comparación con lo sucedido en Twitter, donde la convocatoria al puesto de economista en mi oficina congresal ha sido compartida cientos de veces con el resultado ya señalado.


Esto es sorprendente. Twitter es conocida como la red social donde priman las reacciones hepáticas y las disquisiciones, contraposiciones y suposiciones ideológicas, políticas y sociales, no un lugar para publicitar puestos de trabajo. Y sin embargo, así ha sido. Podríamos decir que la convocatoria tocó una fibra sensible: la necesidad de impulsar los concursos públicos con el fin de tener un Estado conducido “por los mejores” y no por los mejores conectados, un tema fundamental en tiempos de gabinetes gubernamentales de virtuales desconocidos.


La lectura fina de cada hoja de vida me revela un dato adicional: el enorme interés de muchísimos jóvenes por servir al país desde un cargo público, y ofrecerle lo mejor de su formación y experiencia, a pesar de la pésima reputación que desde hace varias décadas acompaña al empleo público.


La tercera línea de explicación, la terrible crisis del empleo, que de manera particular afecta a los jóvenes y entre ellos a los de mejor preparación académica, merece un comentario adicional. Tenemos un Estado que ha fracasado en sus esfuerzos por crear un servicio civil de alta calidad. No solo por la pobreza de los incentivos económicos sino sobre todo por lo perverso de los regímenes usados en la contratación.


El CAS, felizmente eliminado, desalentaba a los mejores en un proceso de selección adversa. ¿Qué ofrecía el sistema CAS? Pues, años de trabajo sin que ello supusiera ninguna acumulación de beneficios, inestabilidad intrínseca al depender de su respectiva “renovación” y favoritismo y amiguísimo en procesos armados ex profeso para beneficiar a alguien en particular. Por ello necesitamos un sistema alternativo de selección y un régimen laboral que atraiga a los mejores.


¿Cuál, por ejemplo? Un buen modelo podría ser tener procesos abiertos, convocatorias anuales como las oposiciones españolas o los concursos anuales para trabajar en el Civil Service británico. Y en su defecto, hacer lo que he hecho: buscar por todos los medios posibles el mayor número posible de candidatos.


Cuento todo esto a manera de fábula, con la secreta esperanza de que el Presidente Castillo lo lea y reflexione acerca de algo que le escuché decir cuando una periodista le preguntó por qué no había elegido a los mejores (en el gabinete). Dijo el presidente: ¿Quién soy yo para juzgar? Pues nada menos que el presidente.


La aspiración de un Estado moderno, eficiente, no burocratizado depende de la calidad del capital humano. El Perú del Bicentenario merece un gobierno que atraiga a los mejores. Exigirlo no es “juzgar a nadie”, sino simplemente dar las señales correctas.


¡Por un Estado meritocrático!


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