El Perú es reconocido por su gastronomía, sustentada en sus cultivos, y resultado de la biodiversidad al contar con 84 de las 117 zonas de vida del planeta, 28 de los 32 climas del mundo, y 25.000 especies de flora, lo que representa 10% de la diversidad en el mundo. Nuestro Destino Manifiesto está en el país más diversificado del planeta, de lo cual deberíamos sentirnos orgullosos, pues es la apreciable condición que nos distingue de los restantes países: cultivos, gastronomía, etnias, geografía, tradiciones, climas, culturas, y costumbres.
En 2010, 2013, y 2018, visité las islas Galápagos, Guayaquil, Quito, y Cuenca, respectivamente. Quedé asombrado por el desarrollo de sus carreteras, reservorios, e infraestructura, lo que mencioné a mis anfitriones. Su respuesta fue que estas obras, beneficiosas para el pueblo, habían sido sobrevaluadas y se estaba investigando a su ex presidente y funcionarios, incluso, algunos estaban sentenciados. En nuestro país, además de las variedades de las cuales nos vanagloriarnos, poseemos una mezcla maligna: corrupción con ineficiencia. Hemos invertido millonadas en ‘elefantes blancos’ de escasa utilidad, mal construidos y, hasta abandonados: carreteras interoceánicas sin tránsito, mientras la importante carretera central se cae a pedazos. Gaseoducto y refinería sin culminar. Los puentes no se caen, sino se desploman, y permanentemente estamos realizando mejoras a obras recientemente culminadas, en vez de haber utilizado ese ‘billetón’ para dotar de agua, electricidad, servicios de educación y salud a los más pobres. Lejana está la Vía Expresa de Luis Bedoya Reyes que, con más de medio siglo, nunca ha requerido reparación alguna. El gran problema del Perú no es la falta de recursos, sino corrupción aunada a ineficiencia y deficiente gestión, una mixtura perversa.
Resulta irónico que los políticos hablen de ‘gobernabilidad’, definida por la RAE, como cualidad de gobernar o mandar con autoridad y regir algo. ¿Podemos hablar de gobernabilidad cuando se bloquean carreteras y se destruyen campamentos mineros con impunidad, en el que todos los días nos enteramos de un escándalo, cuando la vacancia presidencial y el cierre del Congreso son pan de todos los días, donde los resultados de las licitaciones estatales son dudosos, en medio de una fuga inmensa de capitales y una desconfianza casi total de la sociedad hacia las autoridades y las instituciones, donde nuestros presidentes están investigados o encarcelados, empresas que abusan del consumidor sin recibir sanciones, donde hay quienes promueven la partición del país, donde el respeto a la ley se ha perdido y los conductores de vehículos atraviesan la luz roja en las narices de los policías, y algunos políticos están más interesados en las gallinas ponedoras y la preparación del ceviche, antes que en legislar para el bienestar de la población?
Se está produciendo un ‘achoramiento’ de la sociedad peruana donde se prioriza solicitar perdón antes que pedir permiso, pues lo segundo es propio de ‘giles’, y ello es producto de la ‘senderización’ de algunos sectores, y la insensibilidad e incomprensión del país por las clases dirigentes, y la mayoría de políticos. Una frase muy común y errónea es que ‘el Perú no es solo Lima’, pero es en la capital donde están la mayoría de pobres, y más de 90% de sus residentes son nacidos en provincias o hijos de provincianos.
Una grave equivocación es confundir ‘crecimiento económico’ con gobernabilidad, y si el segundo concepto facilita el primero, no es necesariamente un elemento para el mismo. Países occidentales sin crecimiento económico en los últimos años no han sufrido mayores problemas de gobernabilidad, y lo contrario, el Perú con sus altos índices de aumento del PBI cada vez se vuelve más ingobernable. Justamente, la gobernabilidad se consigue (se recupera) aplicando la ley aunque afecte a quienes apreciamos, y proponiendo cambios siempre dentro de las normas. Aún estamos a tiempo para no convertirnos en Venezuela, Cuba, o Nicaragua, ejemplos que el abismo no tiene fondo, y cada vez se puede descender más.
¿Soluciones a la vista? Depende de nuestros líderes, y el único remedio está en el mantenimiento del orden, aunque ello implique la caída de la popularidad y hasta el dolor. El orden demanda respeto mutuo y a las leyes, tolerancia, mantenimiento del orden público, fin de la impunidad, ética sin subterfugios legales, sensibilidad, y cumplimiento de los acuerdos firmados con las poblaciones que protestan. En la situación actual ello pareciera una utopía, más aún con los espíritus de cuerpo que predominan en los diferentes gremios y grupos de opinión, que ante una infracción atacan al transgresor si es opuesto a su pensamiento e intereses, y lo defienden si está identificado con su ideología y tendencia. ¿Algún día nuestro Congreso promulgará una ley que penalice la mentira y el embuste?
De no dar una vuelta de timón, estamos en un riesgo cada vez mayor de convertirnos en el país de los ‘faenones’, de la farsa y la chirigota como afirmaba don Federico More, una especie de Alpinchilandia, una versión de un Macondo diabólico, donde cada vez nos volvemos más insensibles, y la violencia constituye la manera más común de expresarse.
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