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Carlos Ginocchio / ¿Para dónde voy?


Si algo caracteriza a nuestro país y le impide un desarrollo social y pacífico sostenible y estable, más allá del crecimiento económico, son nuestras constantes discrepancias aparentemente irreconciliables, y muchas veces, sin más sustento que la identificación de grupo. En los últimos 50 años para no retroceder más en el tiempo, desavenencias entre militares, civiles, apristas, fujimoristas, fujiapristas, fujimontesinistas, pro terrucos, caviares, derechistas, derecha bruta achorada, mercantilistas, liberales, conservadores, cavernarios, izquierdistas, limeños, provincianos, descentralistas, ultras de diversos pelajes, hispanistas, y autoctonistas (¿olvidé alguno?), por mencionar algunas señalizaciones. Cada uno tiene su ‘verdad’ desafiando la lógica que es una sola la que nos hace libres, y sus propias razones que evocan la frase de don Miguel de Cervantes en ‘El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha’: “la razón de la sinrazón que a mi razón se hace, de tal manera mi razón enflaquece, que con razón me quejo de la vuestra fermosura”.


Hoy la disputa está entre derecha e izquierda, acusándose de ‘extremas’ y ‘radicales’, utilizando eufemismos, son tan descomunales que organizaciones personalistas, caudillistas, y que ‘no son ni chicha ni limonada’, son consideradas ‘el centro’; no obstante, en algunos temas tirios coinciden con troyanos cuando de intereses particulares se trata. Mientras tanto, la población observa desengañada, y la ira se acumula en contra de la tan deseada ‘gobernabilidad’, término que junto con ‘legitimidad’, se utiliza para defender cada una de sus posicione. Buscamos las supuestas gobernabilidad e institucionalidad para no caer en el caos, como si no nos encontráramos cada vez más sumidos en este. El averno no tiene fondo, y siempre habrá peldaños para continuar descendiendo.


Los términos ‘derecha’ e ‘izquierda’ se originaron por casualidad en la Asamblea Constituyente francesa de 1798, tras la revolución. Se decidía la posibilidad del veto del rey ante una propuesta. Los miembros a favor ocupaban sus curules a la derecha del presidente de la Asamblea, y los opositores, a la izquierda. Hoy, ambas nominaciones se encuentran obsoletas pues existen planteamientos que supuestamente son propios de unos, pero aceptados por quienes se consideran ajenos a estos, y viceversa. La pena de muerte y la despenalización del aborto son un ejemplo.


En el Perú se considera ‘derecha’ a quienes creen en el libre mercado sin intervención alguna del Estado e ‘izquierda’ los que promueven la participación estatal como empresario sin límites. Quienes apoyamos la inversión privada con un rol subsidiario del Estado (donde no se encuentran los privados) y su mediación para establecer políticas que permitan la asociatividad y articulación de los pequeños productores a los mercados, así como el dictado de leyes anti oligopolios y que protejan al consumidor, somos parias y atacados por ambos grupos. De igual forma, los derechos humanos son, tradicionalmente, una bandera de la ‘izquierda’, como si sus contrincantes los negaran.


Ambos grupos pretenden apropiarse de la representación popular, y la palabra ‘pueblo’ está en los discursos de ambos, mayoritariamente de quienes se sienten zurdos. Ambos caen en discursos populistas, unos con más énfasis, propiciando políticas insostenibles, cortoplacistas y conducentes a despeñaderos, como lo prueban los regímenes de la Unión Soviética, y Cuba. La ‘derecha’ se atribuye el crecimiento económico, donde sólo los números son suficientes, y para su responsabilidad con el ambiente y la justicia social basta con sus impuestos.


Los partidos políticos de hoy no tienen ideologías y fundamentos claros, y sus planes de gobierno son para la ocasión de un acto electoral, incumplibles en la mayoría de los casos, como lo vienen demostrando los sucesivos gobiernos. Incluso hay los que piensan que cambiando leyes se resuelven los problemas, y los opositores que objetan el mínimo cambio. Los que añoran decisiones trasnochadas y los que se esfuerzan en mantener el statu-quo. De allí es que los politólogos recomiendan el ‘centro político’, y este que no existe, es virtualmente ocupado por los nuevos caudillos.


La verdadera reforma política en el establecimiento de normas que permitan postular solo a los afiliados a los partidos con trayectorias ‘limpias’ y conocidas, así como planes y propuestas de gobierno sobre cada tema, publicados con anticipación al evento electoral, y en la reprobación a los gobiernos que no cumplen con lo ofrecido.


La responsabilidad de la situación la tenemos todos, y en especial una prensa que ha olvidado su rol de promover el debate, abandonado por la búsqueda del rating a través del escándalo y la barahúnda, y por cierto los empresarios que la financian y que han dejado su rol de emprendedores de desarrollo por la excesiva ganancia a corto plazo, a cómo dé lugar. En cuanto a la corrupción, discrepo con quienes se la atribuyen solo al Estado, como si no fuesen los privados quienes lo pervierten. No existen izquierdas ni derechas, solo capacidad de gestión, visión de futuro, transparencia, reglas claras de fondo más que forma, y corrección en el desempeño personal. Bienvenidas las conversaciones, pero con el fin de llegar a acuerdos que beneficien a la población, más allá de la foto y la receta para sosegar a las masas.


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