Fabiola Morales / Democracia en tiempo de redes
- Fabiola Morales
- hace 2 días
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Los medios de información —prensa, radio y televisión—, como se llamaban, tenían claro que su objetivo era: informar, opinar, educar y entretener; pero, como lo predijo Marshall McLuhan, hoy, con la popularidad de las redes sociales, “el medio es el mensaje”, cuyo valor se aprecia en la medida que este se convierte en “viral”, sin importar para nada si cumple con los objetivos antes mencionados, sino por el impacto puramente emotivo que producen los creadores de contenido en los seguidores de TikTok, Instagram, Facebook, X o LinkedIn (entre las más populares).
McLuhan también predijo la creación de una “aldea global” liderada por los medios que influirían de forma decisiva en los pensamientos, sentimientos, emociones y comportamientos del entonces llamado “público”, ahora convertidos en fervientes seguidores de redes sociales que se pueden contar por miles o millones, de acuerdo al peso del “influencer”, quien más que preocuparse por el mensaje, se preocupa porque este llegue en tiempo real a multitudes de todo el mundo, ya sea porque su baile, brinco, grito o mueca atrae a multitudes.
A este nuevo contexto se han tenido que adaptar los medios de información para cumplir, tercamente, con sus objetivos primigenios, en medio de una competencia feroz con los creadores de contenidos que no tienen ningún reparo en lanzar fake news o noticias falsas, ni tampoco en rebatir ideas u opiniones argumentadas, mediante la contratación de equipos de trolls, especializados en multiplicar contenidos ofensivos y violentos en contra de quienes piensan de manera distinta o para acabar con la buena fama de cualquier contrincante.
Los dueños de las plataformas por donde circulan estas redes tienen sus reglas para sancionar a sus usuarios, pero no tienen la velocidad para llegar a tiempo y frenar los contenidos ofensivos o falsos, tantas veces producidos por anónimos, y menos para parar a los piratas o hackers informáticos que tantas veces roban “cuentas” e introducen contenidos basura, por distintos motivos.
Es así que los contenidos de las redes se han convertido en poco confiables para quienes buscan información, opinión argumentada o conocimientos. Hay versiones contradictorias, hasta cuando se trata de especialistas reales o supuestos que recomiendan recetas para mejorar la salud física o mental, para tener una vida sana, larga y vigorosa. Los personajes “vendehumo” se regodean en las redes, sin la más mínima responsabilidad.
La libertad de expresión y opinión en redes traspasa los límites hasta convertirse en libertinaje, salvo excepciones garantizadas por la buena reputación de una marca personal o institucional. El resto de los contenidos de las redes sociales no son más que fuegos artificiales que entretienen por horas y enganchan a sus seguidores como cualquier droga dura.
Este libertinaje, sin duda, abona el pensamiento “relativista” y el caos en nuestros posmodernos foros o plazas públicas, donde a cualquier opinión sin el debido conocimiento se le valora y se le presta una credibilidad que no merece e, incluso, hace daño. Donde las fake news abundan y se confunden con la verdad de las informaciones.
La democracia corre peligro, porque uno de sus pilares, el “cuarto poder”, ha tardado tiempo en adaptarse con dificultad a este reto de las redes, un medio barato y sumamente influyente que “cualquiera” —sin preparación ni conocimiento— puede usar o mal usar, influyendo eficazmente en el resultado de unas elecciones nacionales, más allá de cualquier otra herramienta de persuasión.
En las próximas elecciones, la penetración de las redes jugará un papel fundamental en los resultados. Es necesario estar preparados para usarlas y entenderlas.
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