Fabiola Morales / Información y democracia
- Fabiola Morales

- 5 oct
- 3 Min. de lectura

El 1 de octubre, recordamos la fundación del Diario de Lima por Jaime Bausate y Meza, en 1790, una fecha en que, por mucho tiempo, se celebra el Día (corregido de Día) del Periodista, una profesión que ha sido muy afectada, para bien y para mal, con el avance de la tecnología, especialmente, con la aparición de Internet (corregido de la Internet).
Internet, aparecida a mediados de la década de los años 90 del siglo pasado, ha impactado en la tarea informativa de manera total, a tal punto que las grandes marcas de medios han visto temblar sus propios cimientos, bajo la amenaza de cambiar o morir. El papel parece ser el primero en haber cedido su espacio a la pantalla digital; pero no es el único, lo mismo está sucediendo con todos los medios informativos que han sido subsumidos por plataformas exitosas de comunicación pública.
Si bien con estos cambios se ha ganado en velocidad, alcance, penetración y abundancia de información, se ha perdido en calidad, conocimiento, respeto y grandeza en una profesión cuyo objetivo es buscar la verdad, promoviendo el diálogo social favorable al bien común, como garantía de una convivencia pacífica en el contexto de un Estado de derecho.
La avalancha narrativa que llega a través de estas plataformas no tiene ninguna garantía de calidad; de hecho, abundan las noticias falsas o “fake news” (corregido de fakenews) cada vez más maquilladas para dar apariencia de verdad, porque la intención de esos falsos periodistas es vender “cebo de culebra” y manipular para imponer sus propios puntos de vista e ideología.
Del esfuerzo y trabajo de investigación acuciosa, buscando las mejores fuentes para informar, se ha pasado a la desinformación mediante una narrativa malintencionada (corregido de mal intencionada) y mentirosa que produce caos y desconcierto e influye directamente en producir desconfianza, porque la incertidumbre parece ser la única certeza. Los “Influencers” (corregido de influencer) usurpan el papel y la autoridad del informador, por su número de seguidores o de “likes” que acumula en las redes sociales, no necesariamente por descubrir y transmitir la verdad o parte de ella, sino por haber conseguido impactar con sus propios puntos de vista la opinión de un público que solo “ve” sin pensar ni reflexionar, un público que es en realidad un “consumidor” de productos o servicios que a los comerciantes les interesa vender.
La falta de confianza desconecta al individuo de los demás, de la sociedad y de la vida de su comunidad de la que forma parte, convirtiéndolo en aquello que los romanos llamaban “idiota”; es decir, un ensimismado ajeno a la vida de la ciudad, de la “polis”, e indiferente a la política que entrega a las manos de cualquiera y ajeno a los acontecimientos que afectan la comunidad.
Si la verdad nos hace libres, la mentira nos convierte en esclavos; es por eso que, cuando quienes, en una sociedad, deben formar e informar, dejan esta tarea a quienes deforman y desinforman, están claudicando y abonando el terreno para que se produzcan situaciones caóticas y antidemocráticas que pueden desembocar en un desgobierno o un totalitarismo.
La democracia y la paz se construyen a partir de soportes de información de calidad, verificada y cotejada con distintas fuentes. Una información independiente de los poderes ocultos o semiocultos (corregido de semi ocultos) de quienes quisieran apagar su voz cuando tocan sus mezquinos intereses económicos o de poder.
Sea cual sea la plataforma de información a la cual las grandes marcas de medios deban adaptarse, lo importante es la defensa de una narrativa que busque la verdad y en la que se pueda confiar para tomar las mejores decisiones.








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