Fabiola Morales / Los 80 años de la ONU
- Fabiola Morales

- 28 sept
- 3 Min. de lectura

Después de 80 años de fundada, la ONU sigue reuniendo a jefes de Estado en el mes de septiembre para escuchar sus discursos en torno a sus avances en la consolidación de la paz, los derechos humanos y el desarrollo social; sin embargo, a la luz de los resultados de su labor en los últimos años, el deterioro de su prestigio y autoridad sigue disminuyendo, porque no es capaz de cumplir, con éxito, su rol como mediadora en la solución de conflictos y guerras.
El mundo está constantemente en guerra, como es el caso actual de Ucrania vs. Rusia, o la que se desarrolla en el Oriente Próximo que parecieran eternas, con las atroces consecuencias de la muerte y destrucción de pueblos enteros, como Palestina, que se debate entre los ataques de Israel y del terrorismo de Hamás, que todavía tiene en su poder a rehenes, como valiosas armas de escudo y destrucción.
La ONU, sin ninguna fuerza, mira desde un balcón, porque en la práctica no tiene el peso que requiere para influir en el alto al fuego, dejando así de cumplir el rol para el que fue creada: impedir el escalamiento de las guerras. Los países le dan la espalda y aprietan el acelerador de la carrera armamentista que amenaza al mundo con un conflicto nuclear de proporciones dantescas, de la mano con el avance de la tecnología.
Los ciudadanos del mundo estamos solos y a merced de cualquier locura ejecutada por quienes, teniendo las armas y el dinero, pueden arrebatarnos la vida, destruir nuestros pueblos y dejarnos sin hogar ni familia, como sucede con quienes ahora sufren los horrores de la guerra, día a día, sin que la comunidad internacional, representada en la ONU, sea capaz de parar o, al menos, morigerar el sufrimiento de tantos inocentes.
En cuanto a lo que se refiere al papel de la ONU en la defensa de los derechos humanos, deja mucho que desear, como queda demostrado; pero además porque está altamente ideologizada, al punto de caer en la intolerancia de denunciar unas situaciones de violencia e injusticia y hacerse de la vista gorda en otras, como es el caso de países como Venezuela o Nicaragua.
Sus agencias y organismos especializados muchas veces son el refugio de políticos en retiro que, como es lógico, comulgan con sus principios ideológicos tantas veces totalitarios y sesgados, cuando pretenden imponer una agenda común y promover la globalización, con poco respeto a la cultura e incluso a la legislación de los países.
La financiación para el desarrollo de la ONU viene acompañada de un manual impuesto para que los países, de manera homogénea y sin respetar sus principios y cultura, deban cumplir de cabo a rabo, punto por punto; especialmente en temas de educación y salud de los ciudadanos. Los llamados ODS (Objetivos de Desarrollo Sostenible) encarnan esta política con sus “objetivos del milenio” que deben llevarse a cabo sí o sí, sin medir sus consecuencias.
Por estos motivos, ha sido una constante en la intervención de los líderes actuales que han expuesto en la ONU el pedido de una reforma de la organización que, habiendo perdido toda autoridad en el cese de las guerras, pareciera haber recalado en la intromisión de las políticas internas de los países, como tan claramente lo expuso Giorgia Meloni, primera ministra de Italia, con la sinceridad y firmeza que la caracteriza.
A 80 años de su fundación, la ONU debe volver a sus raíces y fortalecer su liderazgo en la solución de guerras y conflictos.








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