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Fernando Villarán / Destrucción aceptada de la educación


¿Por qué muchas personas aceptan pasivamente la destrucción de la educación peruana?


Es claro que una alianza entre los propietarios de universidades de baja calidad que controlan varios partidos en el Congreso y los dirigentes de un sindicato populista de maestros que dominan el Ejecutivo, alianza que cuenta con el apoyo de algunas sectas religiosas conservadoras y congresistas egresados de universidades no licenciadas por la SUNEDU, todos ellos, están activamente destruyendo la educación peruana. Los primeros quieren seguir vendiendo títulos sin formación académica ni conocimientos relevantes, para continuar estafando a la juventud peruana, y los segundos quieren nombramientos y aumentos salariales sin tener habilidades, competencias ni logros, impidiendo el aprendizaje y progreso de nuestros niños, niñas y jóvenes.


Todos los indicadores objetivos sobre la situación de la educación en el Perú nos muestran que esta se encuentra en una situación deplorable. Estamos entre los últimos en las pruebas PISA y en los rankings internacionales de universidades e institutos, pasando por las evaluaciones del MINEDU y las investigaciones independientes. Pero en lugar de asumir esta situación y comprometernos todos a mejorar la calidad de la educación peruana en todos sus niveles, la alianza anti educación mencionada se sigue empeñando en que retrocedamos aún más, incrementando la ignorancia, la incultura, la miseria moral y el subdesarrollo.


Lo lamentable de toda esta situación no es sólo que estos intereses particulares sigan avanzando y logrando sus objetivos que están degradando la educación peruana, sino que algunos sectores de la sociedad peruana están dejando que esto ocurra, sin mover un dedo, sin siquiera pestañar. Un grupo de personas, con medios económicos para enviar a sus hijos a colegios, institutos y universidades privadas de calidad logran asegurar un buen futuro para sus descendientes. A una parte de ellos no les preocupa demasiado que otros no puedan acceder a esta misma educación. Ellos piensan: si yo puedo hacerlo, otros también pueden hacerlo, y si no lo hacen es porque no quieren, no son ambiciosos, son unos fracasados, o porque son ociosos. Este no es mi problema, es un problema del gobierno, y si no lo puede resolver, tampoco es mi problema.


Otro grupo de personas están de acuerdo con que se rebaje la calidad de la educación pues piensan que todos tienen derecho a un título profesional, técnico o universitario, y que pedir requisitos en conocimientos, competencias, habilidades y valores para obtenerlo es innecesario. Poner exigencias que corresponden a países desarrollados sería un error y revelaría un colonialismo mental que no se debe permitir. Para ellos lo que vale es el título, no los conocimientos, pues éste, por sí mismo, les abre las puertas al empleo público o privado, a los ingresos que finalmente les permiten alcanzar al ansiado bienestar personal y familiar.


La realidad es que las personas con títulos de instituciones educativas de baja calidad no obtienen empleo en empresas privadas serias y formales, en instituciones públicas de excelencia (MEF, BCR, SBS, entre otras), ni en ONGs exigentes, sólo logran ingresar al Congreso, el Poder Judicial, a los municipios, a los gobiernos regionales, a los millones de empresas informales que existen en al país, en las que los niveles de exigencia son muy bajos, aunque los sueldos también lo son. Esto último, sumado a la nula formación ética en estas escuelas, institutos y universidades, genera las condiciones para la corrupción rampante que hoy tenemos.


Sin embargo, la razón principal por la que muchos hombres de negocio, políticos, periodistas, académicos y sectores de la opinión pública, incluso con buena formación académica, no se preocupan demasiado por la baja calidad de la educación peruana es porque están convencidos de que para lograr el crecimiento de la economía peruana bastan unas cuantas grandes inversiones privadas extranjeras en la minería u otro sector de materias primas. Para ellos, si el país logra atraer a esas grandes inversiones nos vamos a convertir en el muy corto plazo en un país desarrollado. Esas inversiones traen sus propias tecnologías, sus propios conocimientos, su propio personal calificado (aunque ciertamente generan algo de empleo local), y por lo tanto no es necesario que nosotros tengamos esos conocimientos, esas tecnologías, ni el personal calificado. Nos podemos dar el lujo de tener colegios, institutos y universidades de baja calidad, porque no son indispensables para el desarrollo del país. Incluso nos podemos dar el lujo de tener un poco de corrupción, no pasa nada, no afectan el crecimiento del país pues este no depende de estas instituciones educativas sino de las inversiones extranjeras.


Esta es una idea muy generalizada, y también equivocada. Ya hace algunos años Peter Drucker nos dijo que estamos en la sociedad del conocimiento, y que este factor ha superado al capital, al trabajo y a las materias primas, como responsable del crecimiento y como principal fuente de la riqueza. Joseph Schumpeter complementó esta tesis con su aporte: la innovación tecnológica, es decir, la aplicación del conocimiento a la producción, junto con la productividad y el emprendimiento, son los verdaderos motores del desarrollo económico y social. Robert Solow, a quien le dieron el premio nobel de economía por ello, probó que el 87% del crecimiento norteamericano se debía a la tecnología, al conocimiento.


Una manera fácil de comprobar lo que estamos afirmando es hacer una lista de los 10 países más desarrollados, y una lista de los 10 países menos desarrollados, más pobres. Nos daremos cuenta que los países en ambas listas tienen en común que fomentan el mercado, respetan la propiedad privada y alientan la inversión extranjera; es decir, estas variables no explican las diferencias entre el desarrollo y el subdesarrollo. Pero en lo que si encontraremos diferencias abismales es que los países más desarrollados tienen colegios, institutos y universidades de excelencia, que invierten grandes cantidades en investigación y desarrollo científico y tecnológico, que sus empresas generan muchas innovaciones, son competitivas y tienen alta productividad, y que sus egresados de las universidades crean emprendimientos intensivos en conocimiento; nada de esto tienen los países más pobres. El conocimiento es la verdadera diferencia entre el desarrollo y el subdesarrollo.


Quizás convenga alejarnos, aunque sea temporalmente, de las ideas equivocadas que hemos venido repitiendo en los últimos años, para poder unirnos y defender con fuerza y convicción de que la educación de calidad es la principal herramienta que tenemos como país para lograr el desarrollo económico, social, sostenible, y el bienestar de toda nuestra población. Tenemos que parar en seco el crimen contra el futuro del país que se viene cometiendo en estos momentos.


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