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Fernando Villarán / La picadura del escorpión (3 de 7)


La codicia aclara, atraviesa y captura la esencia del espíritu evolutivo. La codicia, en todas sus formas, la codicia por la vida, el dinero, el amor, el conocimiento, ha marcado el camino ascendente de la humanidad». Pero la codicia ha estado presente no solo en el sector financiero, sino también en todos los otros sectores, entre ellos el industrial. Veamos dos ejemplos emblemáticos: las empresas General Electric (GE) y Boeing.


No tengo que hacer mucho esfuerzo, ya que sobre el caso de GE y de su CEO (Chief Executive Officer), Jack Welch, ya lo dijo todo David Gelles, el autor del libro El hombre que quebró el capitalismo (The Man Who Broke Capitalism). Cuando Welch murió, en marzo de 2020, la revista Fortune lo calificó como el «gerente del siglo» (Manager of the century). Y era cierto, había ejercido una poderosa influencia sobre los negocios estadounidenses durante los veinte años que estuvo a la cabeza de GE (1981-2001). Definió cómo debían ser tratados los trabajadores, cómo debían ser recompensados los accionistas, y cómo debían comportarse los CEO, como él mismo.


Había razones para ello: Cuando ingresó a GE, el valor de la empresa en bolsa era de 14 billones (miles de millones) de dólares, y cuando se retiró valía 600 billones, razón por la cual la empresa le dio un bono de 417 millones de dólares, uno de los más grandes de la historia. Fue amigo íntimo de Donald Trump, compartieron ideas y teorías conspirativas. Sin embargo, este estilo y ejemplo no solo llevaron a la declinación y despedazamiento de GE, sino también a la «quiebra» del capitalismo de Estados Unidos. «Él cerró fábricas y despidió trabajadores por decenas de miles, desatando una serie de despidos masivos que desestabilizaron a la clase trabajadora norteamericana.


Desarrolló un sistema (stack ranking) por el cual el 10% de trabajadores de menor rendimiento eran despedidos cada año. Abrazó e impulsó con entusiasmo la externalización (outsourcing) y deslocalización (offshoring), enviando el trabajo a otros países y subcontratando a otras empresas para realizar labores como la contabilidad y las impresiones. Le valió el apodo de “Neutron Jack”, en referencia a la bomba de neutrones que mata a las personas y deja intactos los edificios». […]


«Cuando entró a la empresa, GE, fundada por Thomas Edison, era la empresa tecnológicamente más avanzada del mundo, generaba sus ingresos fabricando productos industriales como bombillas eléctricas, turbinas, centrales nucleares y motores jet. Cuando se retiró, sus principales ganancias venían de la empresa GE Capital que creó; básicamente un banco gigante y desregulado. El objetivo de esta empresa financiera era generar utilidades extraordinarias y mantener en permanente alza las acciones de GE» (9).


Pero no solo aplicó sus métodos y filosofía en GE, creó un campus de 21 hectáreas para entrenar a sus ejecutivos, denominado Crotonville, al que también acudían ejecutivos de las principales empresas del país y del mundo, incluyendo a IBM, Hitachi, Boeing, 3M, Medtronic, Rubbermaid, Home Depot, Chrysler, y muchas otras. A principios del siglo XXI, las principales empresas de Estados Unidos eran dirigidas por ejecutivos formados por Welch. Los ejecutivos de GE eran buscados por otras empresas, y los contrataban pagándoles sueldos multimillonarios. Con la llegada de estos ejecutivos, casi inmediatamente, las acciones de estas empresas subían enormemente.


Sin embargo, este sueño duró pocos años. Pudieron bajar costos y subir las ganancias en el corto plazo, pero no era una estrategia sostenible en el tiempo. Tarde o temprano la debilidad productiva, la caída de la calidad y la especulación financiera se hacían evidentes, las ganancias bajaban y las acciones caían en picada. «Muchos líderes de GE eran vistos como genios de los negocios, pero en realidad eran cortadores de costos, y no puedes cortar el camino hacia la prosperidad» (ibíd).


El caso de la Boeing fue todavía más dramático. Su prestigio era enorme, era la fabricante de aviones más grande e importante del planeta. Sus productos eran sinónimo de innovación, calidad y, sobre todo, seguridad. Fabricó el famoso bombardero B-17, fortaleza volante, el B-29, superfortaleza, que contribuyeron decisivamente a ganar la segunda guerra mundial; el B-52, estratofortaleza, que alimentó la guerra fría; los legendarios B-707, de los que se produjeron miles de unidades; el gigante B-747 Jumbo Jet, entre muchos otros. Había un dicho muy popular en Estados Unidos que reflejaba el alto prestigio, rayano con la adoración, de esta empresa: «If it isn’t Boeing I’m not going» (si no es Boeing yo no viajo).


Pero todo ello cayó por tierra, literalmente, cuando en octubre de 2018, un Boeing 737 Max se estrelló contra el océano en Indonesia. A los cinco meses, otro Boeing 737 Max se estrelló en tierra firme, esta vez en Etiopía (10). Inicialmente la empresa trató de culpar a los pilotos de países del tercer mundo por su impericia, pero muy rápidamente salió a la luz que se trataba de una falla de diseño y de producción del avión (11). A raíz de estos sucesos, los aviones de esa categoría fueron impedidos de volar en todo el mundo, arrastrando a la empresa hacia la peor crisis de su historia. No es que otros aviones, de casi todos los fabricantes del mundo, no se hayan caído, pero lo han hecho principalmente por causas climatológicas, fortuitas, o errores humanos; era la primera vez (por lo menos a nivel comercial) que se trataba de graves fallas de diseño y de fabricación, responsabilidad absoluta de la empresa.


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