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Julio Schiappa Pietra / Trump se Trompea 

  • Julio Schiappa Pietra
  • hace 2 horas
  • 4 Min. de lectura

Desde su regreso a la Casa Blanca en enero, Donald Trump ha convertido a tres de los vecinos clave de Estados Unidos en blancos preferentes de su retórica belicista y de su política exterior unilateral. México, Colombia y Venezuela —antes socios, rivales o ambas cosas a la vez— hoy comparten la condición de países contra los que Washington ha desplegado aranceles, acusaciones de narcotráfico, operaciones militares extraterritoriales y hasta amenazas veladas de intervención.

 

La pregunta que se repite en cancillerías y medios es una sola: ¿por qué ahora y por qué así?

 

Colombia: de aliado estratégico a “líder del narcotráfico”

Durante décadas, Colombia fue el patio trasero militar de Washington: más de 13.000 millones de dólares en ayuda antinarco, bases militares conjuntas y un discurso compartido sobre la “guerra contra las drogas”. Ese edificio se resquebrajó en cuestión de meses. La gota que colmó el vaso fue la negativa del presidente Gustavo Petro a recibir en enero un vuelo militar con 160 deportados colombianos, calificando el procedimiento de “fascista”. Trump respondió con aranceles de emergencia del 25 % —amenazados con subir al 50 %— y la retirada de visas a funcionarios colombianos.

 

La escalada no paró: en septiembre, Washington revocó la certificación antidrogas a Bogotá y, en octubre, Trump calificó a Petro de “matón” y “líder del narcotráfico” sin presentar pruebas. Horas después, el Pentágono confirmaba su octavo ataque extrajudicial contra presuntas narcolanchas, esta vez frente a las costas del Pacífico colombiano, con saldo de dos muertos. La ayuda económica quedó congelada y el embajador colombiano fue llamado a consultas.

 

El mensaje es claro: la cooperación binacional se somete a lealtad absoluta, y cualquier disidencia ideológica —Petro es el primer presidente de izquierda de la historia colombiana— se paga cara.

 

México: del TMEC a la “diplomacia coercitiva”

La relación con México —el primer socio comercial de EE.UU.— ha pasado en menos de un año de la euforia del Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (TMEC) a la amenaza permanente de aranceles del 25 % sobre productos estratégicos como acero, aluminio y automóviles. Medida que el Presidente de EEUU acaba de tomar. El argumento de Trump es siempre el mismo: frenar el fentanilo y la migración irregular. La estrategia, también: anunciar sanciones inminentes, forzar reuniones de emergencia y extraer concesiones.

 

La presidenta Claudia Sheimbaum ha respondido con una doble vía: mesas técnicas para demostrar que México no tiene superávit comercial en los sectores amenazados y una reforma constitucional que endurece penas a extranjeros que trafiquen armas o violen la soberanía nacional. Pero la presión no cesa: en febrero, Washington designó a seis cárteles mexicanos como “organizaciones terroristas extranjeras”, abriendo la puerta a operaciones unilaterales en territorio mexicano. El mensaje, de nuevo: la seguridad de EE.UU. se escribe con tinta de poder, no de tratados.

 

Venezuela: entre el bloqueo y la campaña electoral

Con Venezuela, Trump no necesita crisis diplomáticas: heredó un bloqueo económico que ya es el más severo del hemisferio y lo ha convertido en bandera de campaña. Aunque Nicolás Maduro no figura en los titulares diarios como Petro o Sheimbaum, Caracas ha sido arrastrada al conflicto por proximidad. Los ataques de la Armada estadounidense a embarcaciones sospechosas en el Caribe —justificados como antinarcóticos— se leen en la región como un cerco naval a Venezuela, principal exportadora de crudo a Cuba y a mercados alternativos.

 

Además, la retórica de Trump recupera sin anestesia la línea dura: en cada comparecencia vuelve a colocar a Venezuela en la “troika de la tiranía” junto a Cuba y Nicaragua.

 

La diferencia ahora es que, sin elecciones intermedias hasta 2028, el objetivo no es el voto de los cubanos en Florida, sino el control del petróleo venezolano. El Departamento del Tesoro ya estudia elevar las sanciones a empresas que compren crudo a Maduro, mientras autoriza simultáneamente licencias limitadas a compañías estadounidenses para “estabilizar el mercado”. La contradicción es intencional: la presión máxima nunca duerme.

 

El patrón común: poder sin intermediarios, Trump es el rey.

Detrás de cada choque hay un hilo conductor: Trump ha abandonado la lógica multilateral que construyó la política exterior estadounidense desde 1945. En su lugar, impone la “diplomacia coercitiva”: amenaza con aranceles, despliega fuerzas, impone sanciones y luego negocia desde la superioridad. El resultado es un hemisferio que se repliega: Colombia revisa sus tratados de libre comercio, México blinda su soberanía en la Constitución y Venezuela busca refugio en aliados extra-regionales como Irán y Rusia.

 

El peligro no es solo diplomático. Expertos en seguridad advierten que la ruptura de la cooperación antinarcóticos deja un vacío que el crimen organizado ya está ocupando: rutas marítimas sin patrullaje, laboratorios de cocaína sin fumigación y carteles mexicanos que compran armas con criptomonedas. Cuando el poder se ejerce sin red, la región entera puede caerse al vacío.

 

¿Llegaremos al punto de no retorno?

A diez meses del segundo mandato de Trump, ninguna de las tres crisis muestra signos de desescalada. Petro sigue denunciando “injerencia imperial” en cada cumbre latinoamericana; Sheimbaum prepara represalias comerciales ante los aranceles hechos realidad; Maduro, aislado, pero sin rivales internos, celebra cada nuevo enfrentamiento como prueba de su narrativa antiimperialista. Mientras tanto, Washington gasta capital político en una región que ya no le cree —y que empieza a buscarle sustitutos a su mercado.

 

El riesgo mayor no es la ruptura bilateral; es la desintegración del entramado de instituciones —CELAC, OEA, TMEC— que durante décadas amortiguó los choques entre el coloso del norte y sus vecinos.

Si Trump gana la apuesta, el siglo XXI podrá empezar a escribirse sin capítulos de cooperación. Solo quedarán páginas de poder puro, sin anestesia.

 

Los resultados de ese poder colonial hacen estragos en Ecuador y Argentina con gobiernos incondicionales, debilitan a Europa en la crisis con Rusia y Ucrania, desestabilizan el centro y sur del Asia. Son una eventual ruta de transición violenta de la unipolaridad a la multipolaridad. No nos conviene a los Latinoamericanos.


 

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