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Marcos Nieto Hildebrandt / Mitos y esperanzas traicionadas

MVLL, el mito mesiánico y la esperanza traicionada


La preocupación me abruma. Como padre de seis hijos y dueño de una empresa que pelea por sobrevivir, la perspectiva de Pedro Castillo y su equipo a cargo del gobierno me aplasta el ánimo. Mi empresa vive de prestar servicios a empresas que crecen, que creen en el Perú del mañana y quieren hacer las cosas mejor, que quieren crecer. Castillo es la promesa de que nada esto podrá darse en su gestión, claramente expresada por él mismo y por su gente. Es la carta de despido de mis trabajadores, el anuncio de nuestra quiebra de manos del Estado, el meticuloso anuncio del fin.


Si alguien piensa que me equivoco o exagero, tendría que convencerme de que el profesor y sus aliados no creen lo que dicen creer o no cumplirán lo que ya nos contaron que han planeado.


Por eso, por primera vez desde que voto, estoy plenamente de acuerdo con la sugerencia de Vargas Llosa. Y estoy de acuerdo también con su análisis: No hay equivalencia moral ni política entre los dos candidatos. La posibilidad de la corrupción y el autoritarismo no equivalen a la promesa de la destrucción.


Nunca antes había pasado. No voté por Humala, porque me parecía un izquierdista mediocre, poco digno de confianza y creo que no me equivoqué. Tampoco por PPK porque me parecía que armaría un gobierno débil y porque algo sabía de su “confusión de intereses” al hacer lobby. Mi luna de miel con Vizcarra duró menos de un mes al ver cómo intentaba suplir con floro barato lo que debían ser acciones: compras, implementación, medición certera. En ambos casos tuve razón. Al poco tiempo de asumir la presidencia, comentaba que Sagasti era “un poeta incompetente” y ya lo estamos viendo.


Si estos aciertos, comprobados dolorosamente, me dan algo de credibilidad para el diagnóstico, creo que Keiko tiene un problema bien serio para intentar ganarle a Castillo: Alrededor de la figura del profe se ha configurado un “mito mesiánico”. Castillo sería el “super cholo justiciero” que ya alguna vez intentaron ser Toledo o Humala.


No se puede discutir con un mito. ¿Que su gente es corrupta o incluso terrorista? No importa, él no lo es. ¿Que sus amigos a cargo de los gobiernos regionales son los verdaderos culpables del desastre? No te creo. Él es bueno. Es evangélico. Está casado, se ve y habla como yo. A un mito sólo se le combate con otro mito, con otra historia, con una narrativa que ayude a entender las consecuencias de tomar una opción.


Si Keiko no es capaz ni siquiera de convencer a una población más sofisticada e informada para que no vote en blanco como consecuencia de la repulsión moral que ella produce, parece menos probable que logre hacerlo en los segmentos D y E. Con menos capacidad de análisis y el corazón desgarrado por las pérdidas de la pandemia, las muertes, la miseria, ¿cómo los convencerá de creer en una política de toda la vida, de la misma calaña que los que ya los llevaron a esta tragedia?


Es triste, pero parece que estamos ante un nuevo capítulo de grandes esperanzas y aún mayores decepciones por parte del sufrido pueblo peruano.


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