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Pablo Del Valle / El café de Ada (2 de 3)

Cabe recordar a algunas de las presencias que matizaban la experiencia del Café de Ada por esos días. Estaba, por ejemplo, "el sanpedrista". Es muy común que muchas personas del mundo, atraídos por la aureola mística del pasado incaico, consideren la llegada al Cuzco como momento de inicio para una serie de experiencias con el San Pedro o ayahuasca. "El sanpedrista" era un catalán que andaba buscando experiencias chamánicas con el San Pedro, obviamente. Ni recuerdo su nombre. Alguna vez me dijeron que el turismo místico representaba el 14% de las intenciones de los visitantes extranjeros, pero la verdad, creo que la cosa suele ser más complicada, y muchos de los amigos, pueden adosar estas experiencias chamánicas a una cotidianeidad más abierta, de modo que se puede ejercer muy responsablemente tareas serias y dedicadas a lo largo de la semana, del todo o absolutamente realistas, y luego, el fin de semana pasar a una toma de ayahuasca que abre ciertos linderos internos, y puede dar pie a alumbrar el sentido general de nuestros actos, que incluye esa cotidianeidad.


Sin embargo, el misticismo de algunos de los visitantes de Cusco puede volverse latoso, porque denota una excesiva ingenuidad o un afán de credulidad demasiado expuesto (y por tanto, molesto), y no han faltado las veces que a estos adictos a un conocimiento profundo y misterioso (que en muchos casos no es sino una forma especialmente extravagante del snobismo occidental), he tenido que decirles de manera directa que prefiero la religión del Vaticano, el Papa y el Opus Dei...o que una viejita rezando en quechua a las 7 de la mañana en Santa Clara me parece más espiritual que toda la gente que va al Templo de la Luna para dar la talla con las cosas esas de la Pachamama, pero que en realidad a menudo sólo tienen los ojos puestos en las tetas de las gringas. Bueno, pero ha sido larga la digresión para presentar al "sanpedrista", que en realidad sólo lo vimos por una noche, y que por una intolerancia natural producto de los efluvios del alcohol, resultó recibiendo una sonora palmada en el culo en premio de sus opiniones tan atinadas.


Creo que una de las primeras cosas que dijo "el sanpedrista" (como digo un catalán, medio viejo ya y flaco) es que los españoles habían traido la homosexualidad al Perú, una cosa desdeñable que había viciado las tan sabias y grandiosas culturas nativas, y eso hizo que nos diera la tremenda alegría de poder llevarle la contraria doctamente: -Según dice el doctor Hermilio Valdizán en su libro "Paleopsiquiatría del Perú antiguo" -le dije-, en las localidades prehispánicas de Chilca y Cañete (Chilca, sí, donde aterrizan los OVNIS hasta la actualidad), se daba un fenómeno semejante al de la "cuvada", que había una tendencia genética en estas poblaciones que hacía que se reprodujeran mayoritariamente hombres, de modo que tenía que practicarse matrimonios o alianzas en los que los hombres hicieran el rol social de mujeres... El "sanpedrista" me miró casi bizco, Eric hizo un gesto con la mano y yo lo imité casi exactamente porque el gesto me había parecido divertido, y luego "la boliviana" también hizo el mismo gesto, con la cara radiante de contento, y el sanpedrista entonces nos acusó de monos, motivo más que suficiente para empezar a gruñir y hacer todo tipo de locuras propias de un mono, mientras nos servíamos más cerveza y se soltaba el CD de Clandestino de Manu Chao, que por ese entonces era el único disco con que contaba el local, y además, pronto sentimos que no necesitábamos otro.


Luego, comenzó a venir al café un tipo alto y blanco, y con los ojos celestes gélidos y claros, de una gran frente y ya aparente calvicie, al que yo pronto comencé a ver como un antiguo nazi de la Gestapo. Tenía toda la pinta. Venía diariamente al desayuno con una niña, evidentemente cuzqueña o peruana, que estaba entre los 10 y 13 años, y era cosa de verlos cuando se hallaban sentados. La niña era exigente, verdaderamente exigente. No pasaban ni cinco minutos y la niña ya le estaba diciendo al Gestapo: -Te dije que me pasaras la mermelada, qué haces que no me pasas la mermelada. Y el Gestapo le obedecía prestamente. En realidad, la intimidad del diálogo y la actitud misma del hombre comenzaron a ganar todas nuestras sospechas de encontrarnos frente a una relación que andaba bien fuera de cualquier vínculo filial, y casi se volvía perturbador, y había que callarse si se estaba cerca.


El Gestapo le contó su historia a Ada pero hizo que le creyéramos aún menos, qué necesidad había de darle tantos detalles. Dijo por ejemplo que era suizo, que había tenido tierras en Limatambo o en una parte cercana a Cusco, y que en esas tierras en los tiempos del terrorismo había sido asaltado y perpetuamente amenazado de muerte (contó muchas cosas del asalto de Sendero, pero como es obvio, se parecía tanto a tantas historias de asaltos de Sendero que se escuchan en la sierra...), y luego, era de verlos salir del café una vez habían terminado el desayuno. La niña se montaba a sus espaldas como en caballito y subían la cuesta de Arco Iris rumbo a Sacsayhuamán. ¿Debimos denunciarlo? Quizás, pero el asunto es que pronto se mandaron mudar y yo los vi meses después, de igual forma, la niña montada como en caballito caminando por el barrio de La Florida.


Sin embargo, una de las noches que pasamos en el café revela más la magia que tenía por esos días. Quizás ya de las líneas anteriores se haya podido desprender una particularidad de esta ciudad: que a diferencia de Lima, que en realidad es una gran urbe moderna con cinturones de pobreza gigantescos, la ciudad de Cusco, si bien tiene un rasgo cosmopolita, también convive con una vigorosa idiosincracia tradicional, es decir, casi pega un salto de lo cosmopolita a lo tradicional sin solución de continuidad, sin que haya en la experiencia muchas veces, digamos, un estado intermedio en el que se hayan consolidado formas más modernas de relaciones económicas y sociales.



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