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Pablo Del Valle / El café de Ada (3 de 3)

Fuera de la plaza y el centro histórico (y como veremos, ni aún en el centro histórico), pero en general fuera de ellos, que es donde abundan los turistas, se da la lógica natural de una ciudad mediana en el Perú (de unos 500,000 habitantes), que se beneficia muy parcialmente del turismo a través de los pequeños negocios y los pequeños hostales (las grandes cadenas hoteleras, las principales agencias de viajes, muchos de los bares y locales que tienen mayor concurrencia pertenecen a extranjeros o a limeños), y este tipo de lógica natural es la de las actuaciones de los colegios, la importancia de los maestros en las provincias del Perú, los discursos chauvinistas en torno al pasado incaico, además de la vastedad de los cargos y los rituales de las festividades religiosas.


Toda la gama de relaciones de prestigio en torno a la profesionalización de los grupos dirigentes, los incansables y dominicales desfiles militares, y también la importancia clave de la familia y de las redes familiares y de compadrazgo. Es en este último sentido que el café de Ada siempre ha respirado un ambiente familiar que es imposible no resentir con agrado, y como si paulatinamente, uno se integrara a una tácita familia de amigos. Los niños y chiquillos no forman parte del entorno, sino que son el entorno natural del café. Todos hemos sido orgullosos mozos en el café, hasta la actualidad que ahora el café se ha desplegado y es mucho más grande gracias a la iniciativa de Nick, el suizo de la familia que hizo realidad lo que todos siempre esperábamos, que el pequeño café se ampliara... Bien, una mágica noche en realidad los protagonistas fueron los niños. Jeanne, la hija de Eric que en ese entonces tenía 11 años, andaba tan desenfrenada por esos días, que salía a las calles portando unos anteojos oscuros, moviendo los brazos y dando toda la apariencia de una estrella de cine descuidada por el mainstream, y saludaba a todos los turistas que pasaban por calle Huaynapata diciendo Elou (que era su manera un tanto francesa de decir Hello), "je suis americaine aujourdhui", y todos sonreían desconcertados.


Esa noche Jeanne había reunido en una mesa a Chris, Adita, Paloma, y les había asignado nombres provenientes de su vida personal: Paloma era Helene Achourie (que era el nombre de su abuela alcaldesa de Aix-en Provence, près de Marseille), Adita era Adeline Placcard... y bueno, alrededor de la mesa habían decidido jugar el juego de la seriedad. Era muy bonito verlos, nadie podía mostrarse sino serio ante los demás, y el primero que sonreía, perdía. Generalmente en este juego no pasan ni dos minutos y todos ya están desesperados aguantando la risa, así que todos iban presentando el intercambio de miradas, la tensión, la risa que ya se venía, luego un nuevo repunte de la seriedad, todos con los ojos muy concentrados, hasta que bueno, no les quedaba otra que reirse hasta morir, que esto es lo que genera la seriedad forzada. Pero esa seriedad había inspirado a Jeanne y había dicho que, mostrando su ingenuidad y vitalidad a toda prueba, eran como los políticos y debían jugar a tomar medidas para arreglar las cosas, que ya todos sabemos que las cosas en el mundo van de mal en peor.


Así que las cosas llegaron a ese nivel y casi como Chris era el único chibolo (las demás eran chibolitas), se sintió en la obligación de plantear algo, y bueno iluminado él dijo que para mejorar el mundo había que ponerle un impuesto a la Coca Cola. Me pregunto si todos no pensamos lo mismo, es decir, ponerles impuestos mucho más dirigidos a resolver problemas a los grandes consorcios, y por esos días del 2002 todavía no había empezado la guerra en Irak (que dio inicio en marzo del 2003), y no era tan común que el internet planteara el boicot a la Coca Cola, pero esto luego alimentó las historias que contábamos acerca de "la boliviana", que nos había abandonado por unos montañistas franceses. Casi por naturaleza los grupos humanos tienden a los juegos de palabras, cuando trajeron CDs de salsa pronto pusimos esa canción de Willie Colón "Gitana", cuya letra alteramos en favor de algún tipo de alegría. Decíamos "sin serbesarte yo te serbeso", jugando con las palabras ser, beso y cerveza, que era una forma de seguir la letra de "sin quererte yo te quiero, sin amarte yo te amo".


Del mismo modo, mi afición por un libro de cartas de María Bamberg de Brunswick, que escribe sobre la vida de la Patagonia a inicios del siglo XX hizo que me inclinara a pensar que "la boliviana" (se llamaba Karine Grélier) moriría en la Pata-agonía, habiendo sido atacada por unos cuyes lacanianos, asesinos y detectives que la habrían perseguido hasta ahí, desde las chullpas de Sillustani donde la habían encontrado hasta la Patagonia, a orillas del lago Giha, cuando la asesinaban tarareaban la canción del Doctor Zhivago los cuyes nerviosos, y las últimas palabras de "la boliviana" claro está, habrían sido "impuesto a la Coca Cola". Cuyes hambrientos porque sobre las pampas argentinas ya no tendrían qué comer, habida cuenta que su manjar preferido eran las cámaras fotográficas de los turistas. Amores perros, amores alpacas, amores vizcachas, amores cóndores, amores cuyes. En fin, no cuento mayores disparates porque o sino me terminan insultando como otras veces.


Pero así era el café, muy emocionante por esos días, donde lo más natural del mundo era sonreír.


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