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Yaneth Arteta / El escorpión y la rana


Fabula de origen desconocido.

El escorpión le pidió a la rana que lo cargara para cruzar el río, la rana le dijo —¿cómo sé que no me picarás? El escorpión respondió: —porque haría que ambos nos ahogáramos. La rana aceptó; y a la mitad del río el escorpión picó a la rana. Cuando la rana le preguntó ¿por qué?, si los dos vamos a morir; el escorpión respondió: —es mi naturaleza.


Y no es coincidencia, cuando la fábula la llevamos a un escenario representado por personajes que emulan la naturaleza del escorpión, aprovechando un ambiente de ingenuidad doblegada por las continuas y rancias picaduras que van obnubilando la razón y la conciencia y nada más constriñendo una realidad social inevitable a la precariedad, que pronto no permitirá la rebeldía ante el afán oneroso de un poder político que grava a la dominación, ineludible corriente que nos está arrastrando hacia la debacle social y económica; el escorpión pica sin importarle las consecuencias de sus actos ni dañarse a sí mismo, ambiciones escondidas que no reparan en las propias circunstancias que lo mantiene a flote.


Pues seguir picando implica demostrar la supremacía de su poder irracional, en la búsqueda de un dominio absoluto en tanto inmisericorde a quienes lo ayudaron a escalar, soterrando a buen paso las libertades sociales, aquello que llamamos democracia, hasta ahora ganada con esfuerzos y aun con la propia vida. Recordamos nuestros dos insignes jóvenes que por ella sucumbieron entre los miles de peruanos que lucharon en la consigna de la libertad.


Si dichas libertades fueron oprimidas a lo largo de décadas por otras formas hegemónicas de poder, hoy la picadura (opresión, tiranía) va mostrando otra cara, pero al fin y al cabo hegemonía hacia el tiro de gracia, mejor dicho, picadura de gracia o muerte social, avasallamiento que ya se está adentrando en el tejido social, con la presencia de los ¨más fuertes¨, y acaso con la fachada de los ¨otros¨ que también ostentan un poder aunque no importe que sea subalterno, pero que necesitan de ello.


Y más allá de la fábula que nos enrostra la realidad, Monzón y Blasco relatan la dualidad del escorpión que los pintores profanos quisieron materializar en la edad media, por un lado, un semblante adulador y lisonjero, y por el otro la presencia del veneno que destila, convenian a los que por sus razonamientos pérfidos, su maldad en la polémica, su doble sentido y malperder, hacían insaciables sus sofismas (falacia, engaño, falsedad argucia, etc….), nada mas cercano a nuestra deprimente existencia contemporánea. Así mismo, el maestro Sufi, Bahaudin, escribió ¨quien quiera que consiga perfumar a un escorpión, no por ello escapara a su picadura¨. Perfumar a un escorpión simboliza la hipocresía y el autoengaño tanto en individuos como en instituciones.


Pero sería cobarde echarle toda la culpa al escorpión que durante décadas ha inoculado un veneno político social y económico a la medida de sus intereses, y hoy ponzoña que está produciendo un sabor social cada vez más amargo, pues la caída ya la venimos sintiendo, una caída vertical que se agudiza y cuyo fondo estamos lejos de tocarlo. Para los de pie, es duro enfrentarnos a una existencia que más tiene de oscuridad que de luz.


No obstante esta salvaje brutalidad, nos toca asumir con hidalguía la cuota de responsabilidad política, social y sanitaria, enfrentando las circunstancias ajenas a nuestra real voluntad, en la medida de lo que nos corresponde como ¨ciudadanos¨; y recogiendo las implicancias de este término que, según Aristóteles, señala que ciudadano en general es el que participa activa y pasivamente en el gobierno, en cada régimen es distinto, pero en el mejor es el que puede y decide obedecer y mandar, con vistas a una vida conforme a la virtud…//…la buena acción es en sí misma, un fin.


Es decir, cualquier ciudadano que pertenezca a la clase que sea o tenga la cualificación que tenga, debe contribuir demostrando sus buenas acciones en esta sociedad. El modo como lo haga debe trascender ¨en la recta acción¨, al gobierno o estado de moda, pero nadie debe excusarse a ello fortaleciendo su ciudadanía aun la picadura del momento.


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