El 8 de octubre es feriado nacional, en homenaje al Combate de Angamos, en recuerdo a las hazañas del monitor Huáscar -en franca inferioridad de condiciones frente a la armada chilena- comandado por el Peruano del Milenio, el Almirante don Miguel Grau Seminario; sin embargo, el gobierno nos ha salido con la sorpresa que este año será un día laborable más.
Todos los héroes de nuestra patria son respetados y honrados; pero Miguel Grau, el que más. No hay un rincón del Perú, donde no se rinda honores de muy distintas formas con monumentos a su figura, con nombres de calles, puentes, plazas o avenidas; de colegios, universidades y hasta de equipos deportivos. Porque Grau, no es sólo un personaje insigne de la Marina de Guerra, sino sumamente popular.
Vivió su niñez en el puerto de Paita-Piura, junto a su padre que se desempeñaba como empleado de las oficinas de Aduanas. Estudió ahí, en la Escuela Náutica, y se alistó como grumete a temprana edad y partió a navegar por el mundo, enamorado del mar que lo atrajo desde muy pequeño, porque su casa estaba frente a la playa de la pacífica bahía siempre bañada por la luz de la luna.
Tanto amó a este puerto que fue diputado por la Provincia de Paita y tanto amó a la Marina de Guerra que todas sus intervenciones en el Parlamento fueron a favor de un mejor presupuesto que redundara en la mejora de esta arma de guerra y del bien de todos sus integrantes, empezando por los de menor rango. El 25 de octubre de 1946 fue el diputado paiteño, Luciano Castillo, quien consigue su ascenso póstumo de Almirante por sus virtudes cívicas y militares.
A Grau, no sólo lo hizo héroe su participación en la Guerra del Pacífico; sino su vida ejemplar en todas sus manifestaciones: “Como la vida es precaria -le escribía a su esposa, Dolores Cavero- en general y con mayor razón desde que va uno a exponerla a cada rato en aras de la patria en una guerra justa, pero que será sangrienta y prolongada, no quiero salir a campaña sin antes de hacerte por medio de esta carta varios encargos”, refiriéndose a sus hijos.
Como esposo y como padre, como ciudadano, como marino y como guerrero, no perdió jamás la brújula del ser humano que era: humilde, sencillo, honrado, honesto y valiente como el que más. En plenos ajetreos de la guerra, sus hijos tenían un lugar privilegiado en su corazón, sin excusarse por sus ocupaciones múltiples y delicadas, le pidió a su esposa que se encargara de su instrucción, con la herencia que les dejaba.
Cayó en pleno combate de Angamos, no sin antes demostrar la finura de su alma cuando, por ejemplo, devolvió a la viuda de Arturo Prat, el chileno que cayó en el combate de Iquique: la espada, el anillo de su matrimonio, gemelos y botones de camisa de nácar, fotografías familiares, objetos religiosos, libros y una carta cerrada, entre otras cosas.
Nos llama poderosamente la atención que el día en que conmemoramos al Peruano del Milenio, haya sido sacado de las fechas de fiesta del calendario. Esas que vienen señaladas y pintadas de rojo, con el color de la sangre de los héroes, los mártires y los santos.
Esta decisión tan apresurada y de poco sentido común del gobierno, no puede pasarse por alto. ¿No será parte del intento sistemático por borrar de la manera más burda nuestros valores históricos y culturales?
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