Este corto y sentido artículo es un homenaje a las tantas mujeres peruanas que hacen patria silenciosamente.
Alguna vez escuché a Les Luthiers decir en sus irónicas expresiones: «No conozco a nadie que haya salido vivo de aquí”. Y aparte de lo gracioso de la expresión resulta ser una verdad concreta, tanto como aquella vieja publicidad de «tarde o temprano, su radio será Philips».
Y es así que cuando la muerte sucede, se genera un dolor intenso e inmenso, a todos los cercanos al fallecido, más aún si la que fallece es una madre. Porque la madre es la que te da la vida. En sencillo lenguaje, resulta que es: “el más alto valor del equipo con brazalete de capitán”.
Y desafortunadamente esto me sucedió esta semana, perdí a mi querida madre, y para los que ya la perdieron, saben y conocen el dolor enorme que significa, y para los que aún no la han perdido, cuídenla, valórenla, respétenla y protéjanla. Sin ella, no tendríamos vida.
Por ello, va mi homenaje a aquella gran mujer que supo cumplir aparte del gran rol de madre, de ama de casa, acorde a la generación que le tocó vivir, ser literalmente esa vieja expresión, de «detrás de un gran hombre, hay una gran mujer». Y cómo suena machista esta expresión, prefiero corregirla por: «al lado de un gran hombre, hay una gran mujer».
Mi padre (+) Amauta, fue Decano 2 veces de la Facultad de Farmacia y Bioquímica de la cuatricentenaria Universidad Nacional Mayor de San Marcos, Rector de la misma por una década, Presidente del CONUP, Secretario General y Presidente de la Sociedad Química del Perú, de la Federación Latinoamericana de Asociaciones Químicas, Presidente de la Asociación de Pensionistas de San Marcos, Catedrático Principal y Profesor Honorario de numerosas universidades en el mundo, entre tantas distinciones y premios que recibió en vida, que significaron nada menos, que educar, enseñar, formar y preparar generaciones por más de cuatro décadas, a cambio de remuneraciones nada significativas. Fue un gran apostolado, por amor al país, a nuestro querido Perú.
Y ella, al lado, como gran compañera. Siempre perfil bajo, con una sonrisa dulce, cómplice de su gran amor. Escuchando su discurso antes de que él lo diera públicamente. Apuntando, aprobando, señalando alguna observación valiosa, que él la atendía con cariño, admiración, y respeto. Acompañándolo en recepciones oficiales, recibiendo a delegaciones extranjeras, para los congresos internacionales de química y farmacia, principalmente, como buena relacionista pública. Toda, una “primera dama”, discreta y sencilla. Una compañera de verdad, apoyando, cuidando, atendiendo y motivando a mi padre, hasta sus últimos días.
Para la gran pasión de mi padre, la Sociedad Química del Perú (SQP), institución que por cinco décadas, estuvo bajo su gestión, y que no dejó de publicar mensualmente su boletín con artículos científicos del Perú para el mundo (no conozco si aún lo sigue haciendo, ojalá que así continúe), como realizando congresos nacionales e internacionales, ahí estaba ella, organizando rifas, sorteos, para conseguir fondos, para el desarrollo de sus actividades, y más aún para conseguir un local propio, luego del derrumbe de la casa de Ramón Castilla, lugar donde operaba la SQP.
Una mujer peruana de las tantas buenas y grandes mujeres que tenemos en nuestro gran Perú, que debemos darle un gran y merecido homenaje.
Solidaria al extremo, esas navidades del niño sanmarquino serán reconocidas por su valiosa proactividad. Su entrega fue total y los niños fueron felices. Igualmente, su apoyo decidido para conseguir el local para la Asociación de Docentes Pensionistas de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (ASDOPEN), en dónde en justo homenaje se ve en la placa de inauguración a ella como madrina. Y todo en silencio, sin figurar para nada. Bien leída, ávida por el saber y el conocimiento. Se llenaba el Geniograma en un ratito.
Siempre supo estar, acompañando a mi padre, con perfil bajo. Humilde, generosa y buena para todos. Homenaje para ti, querida madre. Siempre preocupada por el quehacer de nuestro querido Perú. Y eso desde chico recuerdo, que fue mi gran lección de vida.
Querida madre, nunca olvidaré cuando estabas en la UCI (Unidad de Cuidados Intensivos), cuando me permitieron entrar a verte, lo que me dijiste en tus últimos momentos: «Sigue preocupándote y presentando propuestas para el desarrollo de nuestro amado Perú. Somos más los buenos, que los corruptos y los que quieren aprovecharse de nuestro país. Hay que perseverar. ¡Ganaremos!, para que nuestras próximas generaciones, se sientan orgullosos de ser peruanos».
Madre, por ti, por mi padre, y por los que nos precedieron, lo seguiremos haciendo. Te lo aseguro en nombre de mi hermana y el suscrito, con tus nietos, y bisniet@s que estás dejando.
¡Chau Mami!, Descansa en paz.
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