Roxana Orrego / Capital extractivo y financiamiento regenerativo
- Roxana Orrego
- 16 mar
- 3 Min. de lectura
Del capital extractivo al financiamiento regenerativo: reinventando el agro para un futuro sostenible
La crisis climática y la escasez de recursos han puesto de manifiesto la fragilidad de un sistema económico históricamente orientado a extraer en lugar de regenerar. Durante mis años en el Ministerio de Agricultura –actual Desarrollo Agrario y Riego– constaté en múltiples escenarios que los modelos tradicionales, basados en sanciones y restricciones, han generado mercados paralelos y aumentado la informalidad, afectando tanto a pequeños productores como a grandes empresas. Es imperativo transformar el financiamiento en un instrumento de cambio integral, que no se limite a “hacer mejor las cosas”, sino que rediseñe las reglas para alinear los incentivos económicos con prácticas regeneradoras.
La innovación financiera, que abarca desde bonos verdes y pagos por servicios ecosistémicos hasta líneas de crédito con condiciones preferenciales, permite canalizar recursos hacia prácticas que fortalecen la resiliencia y la sostenibilidad sin sacrificar la rentabilidad. El financiamiento regenerativo se refiere a un modelo de inversión que no solo sostiene, sino que restaura y mejora los sistemas naturales, promoviendo una economía que impulsa la regeneración de los recursos. He sido testigo, tanto en el VRAEM y en diversas comunidades rurales como en colaboraciones estratégicas entre grandes empresas y pequeños productores, de la efectividad de estos mecanismos.
En algunos casos, se implementaron esquemas que premiaron la conservación hídrica, optimizando el uso del agua y reduciendo la presión sobre los ecosistemas; en otros, grandes empresas agrícolas, como las que participan en la cadena de valor de la palta, han forjado alianzas que aprovechan ventajas de estacionalidad y acceso a mercados agroexportadores para financiar inversiones estratégicas. Esta integración evidencia que, al internalizar los costos de la degradación ambiental y al alinear los incentivos económicos con prácticas sostenibles, el financiamiento puede transformarse en el motor principal de un cambio estructural.
No obstante, el financiamiento inteligente por sí solo no basta; su efectividad depende de un marco de gobernanza colaborativa. La fragmentación institucional y los modelos de control centralizados han limitado durante mucho tiempo la implementación de políticas integrales en el sector agrícola. He comprobado que la transformación real se logra cuando se articulan alianzas estratégicas entre el Estado, el sector privado, la sociedad civil y, fundamentalmente, la academia, que aporta rigor, innovación y análisis crítico. Esta integración de actores permite desarrollar soluciones adaptadas a las necesidades locales, ya sea en comunidades aisladas o en regiones con alta concentración empresarial, garantizando que las políticas públicas se traduzcan en resultados medibles y duraderos.
El contexto actual, marcado por intensos debates preelectorales y la urgente necesidad de reformas profundas, ofrece una ventana para replantear la agenda agraria. Las deficiencias en infraestructura, la escasez de agua y las tensiones en el campo evidencian que no basta con replicar modelos tradicionales; es imprescindible rediseñar las reglas para orientar el capital hacia la conservación y el desarrollo inclusivo. En mi artículo "Del sector rural, el ministerio de agricultura y el ciberpunk" (5 de noviembre de 2020) exploré cómo las brechas en tecnología y la invisibilidad financiera de los pequeños productores subrayan la necesidad de cerrar distancias mediante modelos que integren actores tradicionales, startups y grandes empresas. Este análisis se complementa con la realidad actual, en la que tanto pequeños productores como grandes corporaciones deben converger en una cadena de valor que aproveche las ventajas competitivas y las oportunidades de mercado.
La convergencia entre innovación financiera y gobernanza colaborativa es, en mi visión, el camino hacia un agro transformado y resiliente. Al abandonar esquemas punitivos y adoptar modelos que premien la adopción de prácticas sostenibles, se genera un círculo virtuoso en el que la rentabilidad se refuerza con la responsabilidad ambiental. Este enfoque, implementado de manera coordinada y gradual, tiene el potencial de transformar tanto a pequeños productores como a grandes empresas, generando sinergias que fortalezcan toda la cadena productiva y promuevan alianzas estratégicas con centros de innovación. La experiencia me ha enseñado que la verdadera transformación se logra al integrar políticas públicas, experiencia técnica y herramientas financieras modernas para construir un sector agrícola resiliente, competitivo y en armonía con la naturaleza.
En definitiva, la sostenibilidad en el agro debe dejar de ser un eslogan y convertirse en una realidad palpable y rentable. El futuro depende de nuestra capacidad para rediseñar las reglas y construir, desde el financiamiento inteligente y la gobernanza efectiva, un sistema que integre a todos los actores –desde pequeños productores hasta grandes empresas y centros de innovación– en un marco que asegure un desarrollo sostenible, inclusivo y regenerador para las generaciones presentes y futuras.
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